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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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débiles y calmosas. Pero salíamos de nuestro refugio, porque el follaje<br />

agrada mucho a las gotas, y ya estaba la tierra casi seca cuando<br />

todavía más de una se rezagaba jugando con las molduras de una<br />

hoja, y colgada de su punta, descansaba, brillando al sol; de pronto, se<br />

dejaba deslizar desde lo alto de la rama y nos caía en la nariz.<br />

Otras veces, íbamos a refugiarnos al pórtico de San Andrés <strong>del</strong><br />

Campo, revueltas con los santos y patriarcas de piedra. ¡Qué<br />

francesa era la iglesia aquella! <strong>En</strong>cima de la puerta estaban<br />

representados en piedra santos, reyes caballeros con una flor de lis en<br />

la mano, escenas de bodas y funerales, lo mismo que podían estar<br />

grabados en el alma de Francisca. El escultor había narrado también<br />

algunas anécdotas referentes a Aristóteles y Virgilio, <strong>del</strong> mismo<br />

modo que Francisca hablaba en la cocina de San Luis, como si lo<br />

hubiera conocido personalmente, y, por lo general, para avergonzar<br />

con la comparación a mis abuelos, que no eran tan .justos. Veíase<br />

que las nociones que tenía el artista medieval y la campesina medieval<br />

(superviviente en el siglo XIX) de la historia antigua, pagana y<br />

cristiana, y tan característica por su exactitud como por su<br />

simplicidad, procedían no de los libros, sino de una tradición, antigua y<br />

directa a la par, ininterrumpida, oral, deformada, incognoscible y viva.<br />

Otra persona de Combray, a quien yo descubría, virtual y profetizada,<br />

en las esculturas góticas de San Andrés <strong>del</strong> Campo, era el mozo<br />

Teodoro, dependiente de casa de Camus.<br />

Francisca lo consideraba tan de su <strong>tiempo</strong> y de su tierra, que<br />

cuando la tía Leoncia estaba muy enferma para que Francisca sola<br />

pudiera volverla en la cama, llevarla al sillón, antes que dejar<br />

subir a la moza de la cocina para .lucirse. ante mi tía, llamaba a<br />

Teodoro. Y ese muchacho, que pasaba con razón por ser un mal<br />

sujeto, tan henchido estaba de aquella alma que inspiró la decoración<br />

de San Andrés <strong>del</strong> Campo, y especialmente de los sentimientos de<br />

respeto que Francisca creía debidos a los .pobres enfermos, a su pobre<br />

ama., que al alzar la cabeza, de mi tía sobre la almohada ponía la cara<br />

cándida y solícita de los angelitos de los bajorrelieves, que rodean<br />

con un cirio en la mano a la Virgen desfallecida, como si los rostros de<br />

piedra esculpida, grisácea y desnuda, igual que los bosques en<br />

invierno, estuvieran sólo adormilados y en reserva, prontos a<br />

florecer de nuevo a la vida, en innúmeros rostros populares,<br />

reverentes y sagaces, como el de Teodoro, e iluminados con el fresco<br />

rubor de una manzana madura. Y había una santa no ya pegada a la<br />

piedra como los angelitos, sino separada de la portada, de estatura<br />

mayor que la natural, de pie en un pedestal como en un taburete que la<br />

salvara <strong>del</strong> contacto de la tierra húmeda, con mejillas bien llenas,<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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