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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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nombre. Atravesó entonces una pequeña antecámara que .al igual<br />

de esas habitaciones famosas de re<strong>busca</strong>da desnudez, destinadas a<br />

albergar una sola obra de arte magistral, y en las que no hay nada más<br />

que la obra maestra. Exhibía a la entrada, al modo de preciosa<br />

efigie de Benvenuto Cellini, representando una atalaya, un lacayo<br />

mozo, con el cuerpo levemente inclinado hacia a<strong>del</strong>ante, alzando por<br />

encima de su altísimo cuello encarnado una cara más encarnada aún,<br />

de la que escapaban torrentes de fuego de timidez y de solicitud; el<br />

cual atravesaba con su mirada impetuosa, vigilante y frenética, los<br />

tapices de Aubusson, que pendían a la puerta <strong>del</strong> salón, donde ya se oía<br />

la música y parecía espiar, con impasibilidad militar o fe sobrenatural,<br />

un ángel o vigía desde la torre de un castillo o de una catedral, la<br />

aparición <strong>del</strong> enemigo o el advenimiento de la hora <strong>del</strong> juicio,<br />

encarnación de la vigilante espera, monumento <strong>del</strong> alerta, alegoría de la<br />

alarma. Y a Swann ya no le quedaba más que entrar en la sala<br />

<strong>del</strong> concierto, cuyas puertas le abría un ujier de cámara, cargado<br />

de collares, inclinándose como para entregarle las llaves de una<br />

ciudad. Pero Swann iba pensando en aquella casa donde él podría estar<br />

ahora, si Odette lo hubiera dejado, y el entrevisto recuerdo de una<br />

botella de leche vacía, encima de un felpudo, le oprimió el corazón.<br />

Swann volvió a encontrarse de nuevo con el sentimiento de la<br />

fealdad masculina, cuando pasada la cortina de tapices, sucedió al<br />

espectáculo de la servidumbre el espectáculo de los invitados.<br />

Pero aquella fealdad de las caras, aunque muy bien conocidas<br />

por él, se le aparecía como cosa nueva, porque los rasgos fisonómicos<br />

en lugar de servirle de signos para identificar a tal persona, que hasta<br />

entonces se le representaba como un haz de seducciones que perseguir,<br />

de aburrimientos que evitar o de cortesías que rendir.<br />

vivían ahora en perfecta autonomía de líneas, sin más coordinación que<br />

la de sus relaciones estéticas. Y hasta los monóculos que llevaban<br />

muchos de aquellos hombres entre los cuales estaba Swann<br />

encerrado (y que en otra ocasión, lo más que hubieran sugerido a<br />

Swann, es la idea de que llevaban monóculo), ahora, desligados de<br />

significar una costumbre, idéntica para todos, se le aparecían cada uno<br />

con su individualidad. Quizá por no mirar al general de<br />

Froberville y al marqués de Bréauté, que estaban charlando a la<br />

entrada, más que como a dos personajes de un cuadro, mientras<br />

que por mucho <strong>tiempo</strong> fueron para él útiles amigos, que lo<br />

presentaron en el Jockey Club y le sirvieron de testigos en duelos, se<br />

explicaba que el monóculo <strong>del</strong> general, incrustado entre sus<br />

párpados como un casco de granada en aquel rostro ordinario, lleno de<br />

cicatrices y de triunfo, ojo único de un cíclope en medio de la frente,<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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