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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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dándome prisa a vestirme, habría podido coger el de la noche, si mis<br />

padres me hubieran dejado, para llegar a Balbec a la hora de iniciarse<br />

el alba sobre aquel furioso mar, contra cuyas espumeantes<br />

salpicaduras habría <strong>busca</strong>do refugio en la iglesia de estilo persa.<br />

Pero, al acercarse las vacaciones de primavera, mis padres me<br />

prometieron llevarme a pasarlas en Italia, y en lugar de aquellas<br />

ilusiones de tempestad que me henchían el ánimo, sin más deseos que<br />

ver las olas precipitarse por todas partes, encaramado cada vez más<br />

arriba, en la parte más salvaje de la costa, junto a iglesias<br />

escarpadas y rugosas, como acantilados con torres, donde chillarían<br />

aves de mar, me invadió, borrando las otras, despojándolas de todo su<br />

atractivo, excluyéndolas, porque eran opuestas y sólo servirían para<br />

quitar fuerza a esta nueva ilusión contraria, la de una primavera<br />

<strong>del</strong>icadísima, no como la de Combray, que aún picaba<br />

ásperamente con las agujillas de la escarcha, sino esa que estaba<br />

cubriendo de lirios y de anémonas los campos de Fiesole, y<br />

deslumbraba a Florencia con fondos de oro como los <strong>del</strong> Angélico.<br />

Desde entonces, sólo aprecié rayos de luz, perfumes y<br />

colores, porque la alternativa de las imágenes produjo en mí un cambio<br />

de frente <strong>del</strong> deseo y un cambio total de tono, casi tan brusco como los<br />

que suele haber en música, en mi sensibilidad. Y luego ya me ocurría<br />

que bastaba con una simple variación atmosférica para provocar en<br />

mí esa modalidad, sin necesidad de que tornara de nuevo determinada<br />

estación <strong>del</strong> año. Porque muchas veces, en tal <strong>tiempo</strong> <strong>del</strong> año, se<br />

encuentra un día extraviado, que pertenece a otra estación distinta, y<br />

que tiene la propiedad de hacernos vivir en esa época, evocando<br />

sus placeres, haciéndonoslos desear, y que viene a interrumpir las<br />

ilusiones que nos estábamos forjando, colocando fuera de su sitio,<br />

más acá o más allá, esa hoja arrancada de otro capítulo, en el<br />

calendario interpolado de la Felicidad. Pero muy pronto, lo mismo<br />

que esos fenómenos naturales de los que nuestra comodidad o nuestra<br />

salud saca beneficios accidentales y pareos hasta el día que la<br />

ciencia se apodera de ellos, los produce a voluntad y pone en nuestras<br />

manos la posibilidad de su aparición, substrayéndola de la tutela y<br />

capricho <strong>del</strong> azar, así la producción de esos sueños <strong>del</strong> Atlántico y de<br />

Italia escapó al exclusivo dominio de los cambios de estaciones y de<br />

<strong>tiempo</strong>. Y para hacerlos revivir, bastábame con pronunciar esos<br />

nombres: Balbec, Venecia, Florencia, en cuyo interior acabé por<br />

acumular todos los deseos que me inspiraron los lugares que<br />

designaban. Aunque fuera en primavera, el encontrarme en un libro con<br />

el nombre de Balbec bastaba para darme apetencia <strong>del</strong> gótico<br />

normando y de las tempestades; y aunque hiciera un día de<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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