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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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Así, que no se preguntaba lo que hacía ni lo que fuera su vida<br />

pasada.<br />

Tan sólo algunas veces se sonreía al pensar que unos años<br />

antes, cuando aún no la conocía, le habían hablado de una mujer que, si<br />

no recordaba mal, era la misma, como de una ramera, como de una<br />

entretenida, una de esas mujeres a las que todavía atribuía Swann,<br />

porque entonces aun tenía poco mundo, el carácter completa y<br />

fundamentalmente perverso con que las revistió la mucha fantasía de<br />

ciertos novelistas. Y se decía que muy a menudo basta con volver <strong>del</strong><br />

revés las reputaciones que forma la gente para juzgar exactamente a<br />

una persona; porque a aquel carácter que la gente atribuía a Odette<br />

oponía él una Odette buena, ingenua, enamorada <strong>del</strong> ideal, y casi tan<br />

incapaz de mentir, que, como una noche le rogara, con objeto de poder<br />

cenar solos, que escribiera a los Verdurin diciendo que estaba<br />

mala, al otro día la vio ruborizarse y balbucear cuando la señora<br />

de Verdurin le preguntó si estaba mejor, y reflejar, a pesar suyo, en la<br />

cara, la pena y el suplicio que le costaba mentir; y mientras que en su<br />

respuesta iba multiplicando los detalles imaginarios de su falsa<br />

enfermedad <strong>del</strong> día antes, por lo desolado de la voz y lo<br />

suplicante de la mirada, parecía que pedía perdón de su embuste.<br />

Algunas aunque pocas tardes Odette iba a casa de Swann a<br />

interrumpirlo en sus ensueños o en aquel estudio sobre Ver Meer, en el<br />

que trabajaba ahora de nuevo. Le decían que la señora de Crécy<br />

estaba esperando en la sala. Swann iba en seguida a recibirla, y en<br />

cuanto abría la puerta, aparecía en el rostro de Odette un sonrisa que<br />

transformaba la forma de su boca, el modo de mirar y el<br />

mo<strong>del</strong>ado de las mejillas. Swann luego, a solas, volvía a ver esa<br />

sonrisa, o la <strong>del</strong> día antes, o aquella con que lo acogió en tal ocasión, o<br />

la que sirvió de respuesta la noche que Swann le preguntó si le permitía<br />

que arreglara las catleyas <strong>del</strong> escote; y así como no conocía otra cosa<br />

de la vida de Odette, su existencia se le aparecía en innumerables<br />

sonrisas sobre un fondo neutro y sin color, igual que una de esas hojas<br />

de estudio de Watteau, sembradas de bocas que sonríen, dibujadas con<br />

lápices de tres colores en papel agamuzado.<br />

Pero muchas veces, en un rincón de esa vida que Swann veía tan<br />

vacía, aunque su razón le indicaba que en realidad no era así, porque no<br />

podía imaginársela de otro modo; algún amigo que sospechaba sus<br />

relaciones, y que por eso no se arriesgaba a decirle de Odette más que<br />

una cosa insignificante, le contaba que vio a Odette aquella mañana<br />

subiendo a pie la calle Abatucci, con una manteleta guarnecida de<br />

pieles de skunks, un sombrero a lo Rembrandt y un ramo de violetas<br />

prendido en el pecho. Aquella sencilla descripción trastornaba a Swann,<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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