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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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esa virgen, a la que atribuía un poder sin límites. Odette hizo a Swann<br />

su té, y le preguntó:<br />

-¿Con limón, o con leche?; y cuando él contestó que con leche,<br />

ella replicó:<br />

-Una nube, ¿eh?.. Swann dijo que el té estaba muy bueno, y ella<br />

entonces:<br />

-¿Ve usted cómo yo sé lo que le gusta.. <strong>En</strong> efecto, aquel té<br />

le pareció a Swann, lo mismo que a ella, una cosa exquisita, y<br />

tal es la necesidad que el amor tiene de encontrar justificación y<br />

garantía de duración en placeres, que, por el contrario, sin él no lo<br />

serían y que terminan donde él acaba, que cuando Swann se marchó a<br />

su casa, a las siete, para vestirse, durante todo el camino que recorrió el<br />

coche no pudo contener la alegría que había recibido aquella tarde, e<br />

iba repitiéndose:<br />

-¡Qué agradable debe de ser tener una persona así, que le pueda<br />

dar a uno en su casa esa cosa tan rara que es un buen té!. Una hora más<br />

tarde recibió una esquela de Odette; conoció en seguida aquella<br />

letra grande, que, con su afectación de rigidez británica, imponía<br />

una apariencia de disciplina a caracteres informes, donde unos ojos<br />

menos apasionados quizá hubieran visto desorden de ideas,<br />

insuficiencia de educación y falta de franqueza y de carácter. Swann se<br />

había dejado la pitillera en casa de Odette. ¡Ah! ¡Si se hubiera usted<br />

dejado el corazón! <strong>En</strong>tonces no se lo habría devuelto.<br />

Todavía fue más importante una segunda visita que Swann hizo<br />

a Odette. Al ir aquel día a su casa, se la iba representando con la<br />

imaginación, como acostumbraba hacer siempre que tenía que<br />

verla; y aquella necesidad en que se veía para que su cara le pudiera<br />

parecer bonita, de limitarla a los pómulos frescos y rosados, a las<br />

mejillas, que a menudo tenía amarillentas y cansadas, y que<br />

salpicaban unas manchitas encarnadas, lo afligía como prueba de<br />

lo inasequible <strong>del</strong> ideal y lo mediocre de la felicidad. Aquel día lo<br />

llevaba un grabado que Odette quería ver. Estaba un poco<br />

indispuesta y lo recibió en bata de crespón de China color malva; y con<br />

una rica tela bordada que le cubría el pecho a modo de abrigo.<br />

De pie, junto a él, dejando resbalar por sus mejillas el<br />

pelo que llevaba suelto, con una pierna doblada en actitud<br />

levemente danzarina, para poder inclinarse sin molestia hacia el<br />

grabado que estaba mirando; la cabeza inclinada, con sus grandes<br />

ojos tan cansados y ásperos si no les prestaba su brillo la animación,<br />

chocó a Swann por el parecido que ofrecía con la figura de Céfora, hija<br />

de Jetro, que hay en un fresco de la Sixtina. Swann siempre tuvo<br />

afición a <strong>busca</strong>r en los cuadros de los grandes pintores, no sólo los<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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