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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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Todas las mañanas corría a la columna anunciadora Moriss a ver las<br />

funciones que anunciaba. Nada más desinteresado y son riente que los<br />

ensueños que ofrecía a mi imaginación cada una de las obras<br />

anunciadas y que estaban condicionados a la par, por las imágenes<br />

inseparables de las palabras que componían sus títulos, y además por el<br />

color de los carteles, aún húmedos y con las arrugas recién hechas al<br />

pegarlos, en que esas letras se destacaban. A no ser una de aquellas<br />

obras tan extrañas, como el Testamento de César Girodot y Edipo, rey,<br />

que figuraban, no en el cartel verde de la Ópera Cómica, sino en el<br />

cartel dorado de la Comedia Francesa, nada me parecía tan distinto <strong>del</strong><br />

airón blanco y resplandeciente de Los Diamantes de la Corona, como<br />

satén liso y misterioso de El Dominó Negro, y como mis padres<br />

me habían dicho que cuando fuera al teatro por vez primera, tendría que<br />

escoger entre esas dos obras, intentando profundizar sucesivamente en<br />

el título de cada cual; puesto que era lo único que de ellas conocía, para<br />

tratar de aprender el placer que cada una podría darme y compararlo<br />

con el que la otra encerraba, llegué a representarme con tanta fuerza,<br />

una obra deslumbrante y altiva, por un lado, y por el otro una obra<br />

suave y aterciopelada que me sentía incapaz de decidir cuál se llevaría<br />

mi preferencia, como si para el postre me hubieran dado a elegir entre<br />

arroz a la emperatriz y crema de chocolate.<br />

Todas mis conversaciones con mis compañeros versaban<br />

sobre aquellos actores cuyo arte, aunque me era aún desconocido, era la<br />

primera forma de todas las que reviste, con que para mí se hacía<br />

presentir el Arte. Las diferencias más insignificantes entre la manera<br />

que uno u otro tenían que declamar o matizar un párrafo, me parecían<br />

de incalculable importancia. Y por lo que había oído decir de ellos, los<br />

iba clasificando por orden de talento, en una lista que me recitaba a mí<br />

mismo todo el día, y que acabaron por petrificarse en mi cerebro y<br />

molestarlo con su inmovilidad.<br />

Más a<strong>del</strong>ante, cuando fui al colegio, cada vez que durante la<br />

clase volvía el profesor la cabeza y yo hablaba con un nuevo amigo, lo<br />

primero que le preguntaba era si había ido ya al teatro y si no creía que<br />

el mejor actor era sin duda Got, el segundo Delaunay, etc.<br />

Y si opinaba que Febvre iba después de Thiron o Delaunay<br />

después de Coquelin, la repentina movilidad que Coquelin, perdiendo<br />

la rigidez de la piedra, cobraba en mi espíritu para ocupar el segundo<br />

lugar y la agilidad milagrosa y fecunda animación que ganaba<br />

Delaunay para retroceder hasta el cuarto puesto, devolvían la sensación<br />

<strong>del</strong> reflorecer y <strong>del</strong> vivir a mi cerebro ya flexible y fértil.<br />

Pero si tanto me preocupaban los actores, si el ver salir una<br />

tarde a Maubant de la Comedia Francesa me causó el pasmo y el dolor<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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