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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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seguida, cariñosamente, el piano? Sus gritos eran tan repentinos,<br />

que el violinista tenía que precipitarse sobre el arco para<br />

recogerlos. El violinista quería encantar a aquel maravilloso pájaro,<br />

amansarlo, llegar a cogerlo. Ya se le había metido en el alma, ya la<br />

frase evocada agitaba el cuerpo verdaderamente poseso <strong>del</strong> violinista,<br />

como el de un médium. Swann sabía que la frase hablaría aún otra vez.<br />

Y estaba tan bien desdoblada su alma, que la espera <strong>del</strong> instante<br />

inminente en que iba a volver a tener <strong>del</strong>ante la frase lo sacudió con<br />

uno de esos sollozos que un verso bonito o una noticia triste nos<br />

arrancan, no cuando estamos solos, sino cuando se lo decimos a un<br />

amigo, en cuya probable emoción nos vemos nosotros reflejados<br />

como un tercero. Reapareció, pero sólo para quedarse colgada en<br />

el aire, recreándose un instante, como inmóvil, y expirando en seguida.<br />

Por eso Swann no perdió nada de aquel espacio tan corto<br />

en que se prorrogaba. Todavía estaba allí como una irisada burbuja<br />

flotante.<br />

Así, el arco iris brilla, se debilita, decrece, alzase de nuevo, y<br />

antes de apagarse se exalta por un instante como nunca; a los dos<br />

colores que hasta entonces mostró añadió otros tonos opalinos, todos<br />

los <strong>del</strong> prisma, y los hizo cantar. Swann no se atrevía a moverse,<br />

y habría querido obligar a los demás a que se estuvieran quietos, como<br />

si el menor movimiento pudiera comprometer el sobrenatural<br />

prestigio, frágil <strong>del</strong>icioso, y que estaba ya a punto de desvanecerse.<br />

<strong>En</strong> verdad, nadie pensaba en hablar. La palabra inefable de un<br />

solo ausente, de un muerto quizá (Swann no sabía si Vinteuil<br />

vivía o no), exhalándose por sobre los ritos de los oficiantes, bastaba<br />

para mantener viva la atención de trescientas personas, y convertía<br />

aquel estrado en donde se estaba evocando un alma en uno de los más<br />

nobles altares que darse puedan para una ceremonia sobrenatural.<br />

De modo que, cuando, por fin, la frase se deshizo, flotando<br />

hecha jirones en los temas siguientes, aunque Swann en el primer<br />

momento se sintió irritado al ver a la condesa de Monteriender, famosa<br />

por sus ingenuidades, inclinarse hacia él para confiarle sus impresiones<br />

antes de que la sonata acabara, no pudo por menos de sonreír y de<br />

encontrar un profundo sentido, que ella no veía, en las palabras que le<br />

dijo Maravillada por el virtuosismo de los ejecutantes, la condesa<br />

exclamó, dirigiéndose a Swann:<br />

-Es prodigioso, nunca he visto nada tan emocionante.. Pero, por<br />

escrúpulo de exactitud, corrigió esta primera aserción con una reserva:<br />

-Nada tan emocionante... desde los veladores que dan vueltas…<br />

Desde aquella noche Swann comprendió que nunca volvería a<br />

renacer el cariño que le tuvo Odette, y que jamás se realizarían sus<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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