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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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de la plaza, su torre que viera a San Luis y que todavía parecía<br />

estar viéndolo; y que se hundía con su cripta en una noche merovingia<br />

por donde, guiándonos a tientas, bajo la bóveda sombría y fuertemente<br />

nervuda, como la membrana de un inmenso murciélago de piedra,<br />

Teodoro y su hermana nos alumbraban con una vela el sepulcro de la<br />

nieta de Sigiberto, en el que había una honda huella de valva de concha<br />

.como el rastro de un fósil. que, según decían, procedía de «una<br />

lámpara de cristal, que la noche <strong>del</strong> asesinato de la princesa franca se<br />

desprendió sola de las cadenas de oro de que pendía en el mismo lugar<br />

que hoy ocupa el ábside, que sin que se rompiese el cristal ni se apagara<br />

la llama, se hundió en la piedra, haciéndola ceder blandamente bajo su<br />

peso».<br />

Y cómo hablar <strong>del</strong> ábside de la iglesia de Combray? ¡Era tan<br />

tosco, y carecía de tal modo de toda belleza artística y hasta de<br />

inspiración religiosa! Por fuera, como el cruce de calles en que se<br />

asentaba el ábside estaba más en bajo, su tosco muro se elevaba<br />

sobre un basamento de morrillos sin labrar, erizados de guijarros y sin<br />

ningún carácter especialmente eclesiástico; las vidrieras parecían<br />

estar a demasiada altura, y el conjunto más semejaba muro de cárcel<br />

que de iglesia. Y claro que luego, pasado el <strong>tiempo</strong>, al acordarme de<br />

todos los gloriosos ábsides que había visto, no se me ocurrió nunca<br />

compararlos con el ábside de Combray. Tan sólo un día, en un recodo<br />

de una callejuela de provincia, vi, frente al cruce de tres calles, un muro<br />

rudo y sobrealzado, con vidrieras abiertas en lo alto, con el mismo<br />

aspecto asimétrico <strong>del</strong> ábside de Combray, Y entonces no me<br />

admiré, como en Chartres o en Reims, de la fuerza con que allí estaba<br />

expresado el sentimiento religioso, sino que exclamé sin querer: «¡La<br />

iglesia!».<br />

¡La iglesia! Edificio familiar, medianero .en la calle de San<br />

Hilario, adonde daba su puerta norte. de sus dos vecinos, la botica de<br />

Rapin y la casa de la señora de Loiseau, con los que tocaba sin<br />

separación alguna, simple ciudadana de Combray, donde nos parecía<br />

que habría de pararse el cartero al hacer su reparto de la mañana,<br />

cuando salía de casa de Rapin y antes de entrar en casa de la señora<br />

Loiseau, existía, sin embargo, entre ella y todo lo demás, una<br />

demarcación que mi alma jamás pudo franquear. <strong>En</strong> vano la señora<br />

Loiseau cultivaba en su balcón unas fucsias que tenían la mala<br />

costumbre de dejar correr ciegamente a sus ramas y cuyas flores<br />

no tenían cosa más urgente que hacer, cuando ya eran grandecitas, que<br />

ir a refrescarse las mejillas moradas, congestionadas, en la sombría<br />

fachada de la iglesia: no por eso eran aquellas fucsias para mí sagradas;<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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