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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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costumbre de pensar en alta voz, ya no se fijaba en que hubiera alguien<br />

o no en el cuarto de al lado, y muchas veces le oía decir, dirigiéndose a<br />

si misma: «Tengo que acordarme bien de que no he dormido» (porque<br />

su pretensión capital era que no dormía nunca, pretensión que en<br />

nuestras palabras se reflejaba con gran respeto; por la mañana Francisca<br />

no iba a «despertarla», sino que «entraba» en su alcoba; cuando quería<br />

echar un sueño durante el día, decíamos que quería «reflexionar» o<br />

«descansar»; y cuando, a veces, se descuidaba charlando hasta el punto<br />

de llegar a decir: «lo que me ha despertado» o «soñé que...», se ponía<br />

encarnada y se corregía en seguida).<br />

Al cabo de un momento entraba a darle un beso; Francisca<br />

estaba haciendo el té; y si mi tía se sentía nerviosa, pedía tilo en vez de<br />

té, y entonces yo era el encargado de coger la bolsita de la farmacia y<br />

echar en un plato la cantidad de tilo que luego había que verter en el<br />

agua hirviente. Los tallos de la flor <strong>del</strong> tilo, al secarse, se curvaban,<br />

formando un caprichoso enrejado, entre cuyos nudos se abrían las<br />

pálidas flores, como si un pintor las hubiera colocado y dispuesto <strong>del</strong><br />

modo más decorativo. Las hojas, al cambiar de aspecto, al perderlo<br />

totalmente, se asemejaban a cosas absurdas, al ala transparente de<br />

una mosca, al revés de una etiqueta o a un pétalo de rosa, pero que<br />

hubieran sido entretejidas como en la confección de un nido. Mil<br />

pequeños detalles inútiles .prodigalidad encantadora <strong>del</strong> boticario. que<br />

en un preparado facticio se hubieran suprimido, me daban, lo mismo<br />

que un libro donde nos maravillamos de ver el nombre de un conocido,<br />

el gozo de comprender que eran aquellos verdaderos tallos de tilo,<br />

como los que yo veía en el paseo de la Estación, y modificados<br />

precisamente, porque eran de verdad y no copias, y habían envejecido.<br />

Y como cada rasgo característico que ofrecían no era más que la<br />

metamorfosis de un rasgo antiguo, yo reconocía en las bolitas grises los<br />

botones verdes que no cuajaron; pero, sobre todo, el brillo rosado, lunar<br />

y suave, en el que se destacaban las flores, pendientes de una frágil<br />

selva de tallos, como rositas de oro .señal, como ese resplandor que aun<br />

revela en un muro el sitio en que estuvo un fresco borrado, de la<br />

diferencia entre las partes <strong>del</strong> árbol que habían tenido color y las<br />

que no, me indicaba que aquellos pétalos eran los mismos que, antes<br />

de henchir la bolsita de la botica, habían aromado las noches de<br />

primavera. Aquella llama rosa, de cirio, era todavía su coloración, pero<br />

medio apagada y dormida en esa vida inferior que ahora<br />

llevaban, y que viene a ser el crepúsculo de las flores. Muy pronto<br />

podía mi tía mojar en la hirviente infusión, cuyo sabor de hoja<br />

muerta y flor marchita saboreaba, una magdalenita, y me daba un<br />

pedacito cuando ya estaba bien empapada.<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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