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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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ilustrador <strong>del</strong>ante <strong>del</strong> pórtico, con su sombrero hongo. Esas palabras de<br />

mi padre me exaltaron a una especie de arrobamiento, sentí que iba a<br />

entrar entre aquellas .rocas de amatista, como un arrecife <strong>del</strong> mar de las<br />

Indias., cosa que hasta entonces me parecía imposible; y con esfuerzo<br />

supremo y muy superior a mis fuerzas, me despojé, como de un<br />

caparazón sin objeto, <strong>del</strong> aire que en mi cuarto me rodeaba,<br />

substituyéndolo por partes iguales de aire veneciano, de esa<br />

atmósfera marina indecible y particular como la de los sueños que yo<br />

encerraba en el nombre de Venecia, y sintiendo que en mí se operaba<br />

una milagrosa desencarnación; a la cual vino a unirse en seguida<br />

ese vago deseo de arrojar que se siente cuando hemos cogido un fuerte<br />

catarro de garganta; y me tuve que meter en la cama, con una fiebre tan<br />

persistente, que el médico dijo que no sólo había que renunciar al<br />

viaje a Florencia y a Venecia, sino que era menester evitarme,<br />

cuando estuviera restablecido, todo motivo de agitación, y abstenerse<br />

de cualquier proyecto de viaje, por lo menos durante un año.<br />

Y, por desgracia, prohibió igualmente, de modo terminante, que<br />

me dejaran ir al teatro a oír a la Berma; aquella artista sublime, que<br />

Bergote consideraba genial, quizá me habría consolado de no haber ido<br />

a Florencia y a Venecia, y de no ir a Balbec, dándome emociones,<br />

acaso tan bellas e importantes como las <strong>del</strong> viaje. Era menester<br />

limitarse a mandarme todos los días a los Campos Elíseos, bajo la<br />

guarda de alguien que no me dejara cansarme: para este oficio se<br />

designó a Francisca, que había entrado a servir en casa después de<br />

muerta mi tía Leoncia. Ir a los Campos Elíseos me era muy cargante.<br />

Si, por lo menos, Bergotte los hubiera descrito en alguno de sus libros,<br />

me habrían entrado deseos de conocerlos, como me pasaba con todas<br />

las cosas cuyo duplicado empezaron por meterme en la imaginación.<br />

Dábales ésta aliento y calor de la vida, les prestaba personalidad y yo<br />

deseaba ya verla, en la realidad; pero en aquel jardín público mis<br />

sueños no tenían adónde acogerse.<br />

Un día, como estaba muy aburrido, en nuestro sitio de<br />

siempre, junto al tiovivo, Francisca me llevó a una excursión al otro<br />

lado de la frontera .que defendían separados por espacios iguales los<br />

bastiones de los vendedores de barritas de azúcar., a aquellas regiones<br />

vecinas, pero extranjeras, donde se ven cara desconocidas y por donde<br />

pasa el coche de las cabritas; luego volvió a recoger los bártulos, que<br />

había dejado en su silla junto a un macizo de laureles; estaba<br />

esperándola paseando por la pradera de raquítico y corto césped,<br />

amarillenta por el sol, y que tenía, al final, un estanque dominado<br />

por una estatua, cuando salió <strong>del</strong> paseo, dirigiéndose a una muchachita<br />

de pelo rojizo que estaba jugando al volante enfrente <strong>del</strong> estanque,<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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