05.08.2013 Views

Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

verla, y en el fondo admiraba a su ama, considerándola superior a todas<br />

aquellas personas, puesto que no las quería recibir. De modo que mi tía<br />

exigía al mismo <strong>tiempo</strong> que le aprobaran su régimen, que la<br />

compadecieran por sus padecimientos y que la tranquilizaran respecto a<br />

su porvenir.<br />

Y en esto Eulalia rayaba muy alto. Ya podía mi tía decirle<br />

veinte veces por minuto: «Esto se acaba, Eulalia»; otras tantas veces<br />

respondía Eulalia: «Conociendo su enfermedad como la conoce usted,<br />

llegará usted a los cien años; eso mismo me decía ayer la señora de<br />

Sazerin». (Una de las más arraigadas creencias de Eulalia, y en la que<br />

no pudo hacer mella el imponente número de mentís que le dio la<br />

experiencia, era que la señora de Sazerat se llamaba la señora de<br />

Sazerin.)<br />

-.No pido tanto como llegar a los cien -contestaba mi tía, que<br />

prefería no ver sus días contados con un límite concreto.<br />

Y como, además de eso, Eulalia sabía distraer a mi tía sin cansarla, sus<br />

visitas, que ocurrían regularmente todos los domingos, salvo<br />

impedimento inopinado, constituían para mi tía un placer cuya<br />

perspectiva la mantenía esos días en un estado agradable al principio,<br />

pero que acababa por ser doloroso, como la mucha hambre, a poco<br />

que Eulalia se retrasara. Cuando se prolongaba excesivamente aquella<br />

voluptuosidad de esperar a Eulalia se tornaba suplicio, y mi tía no hacía<br />

más que mirar el reloj, bostezar y sentirse mareada. Y cuando el<br />

campanillazo de Eulalia sonaba al final <strong>del</strong> día, cuando no se la<br />

esperaba ya, mi tía casi se ponía mala. <strong>En</strong> realidad, los domingos<br />

no pensaba más que en la visita, y en cuanto se acababa el almuerzo,<br />

Francisca sentía impaciencia porque nos marcháramos <strong>del</strong> comedor,<br />

para poder subir a «entretener» a mi tía.<br />

Pero (sobre todo desde que el buen <strong>tiempo</strong> se afirmaba en<br />

Combray) ya hacía rato que la altiva hora <strong>del</strong> mediodía caía de la torre<br />

de San Hilarlo después de blasonarlo con los doce florones<br />

momentáneos de su corona, sonara alrededor de nuestra mesa, junto al<br />

pan bendito, venido también él familiarmente de la iglesia, y aun<br />

seguíamos sentados ante los platos historiados de las Mil y una noches,<br />

fatigados por el calor y sobre todo por la comida. Porque al fondo<br />

permanente de huevos, de chuletas, patatas, confituras y bizcochos, que<br />

ya ni siquiera nos anunciaba, añadía Francisca, con arreglo a las labores<br />

de los campos y de los huertos, el fruto de la pesca, los azares <strong>del</strong><br />

comercio, las finezas de los vecinos y su propio genio, de tal manera<br />

que la lista de nuestras comidas reflejaba en cierto modo, como<br />

esas cuadrifolias esculpidas en el siglo XIII, en el pórtico de las<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

60

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!