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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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ese paseante que muestra en el rostro los anticipados sabores de, la<br />

dicha y de la paz!<br />

Nos sentábamos entre los lirios, a la orilla <strong>del</strong> agua. Por el cielo<br />

feriado, se paseaba lentamente una nube ociosa. De cuando en<br />

cuando una carpa aburrida se asomaba fuera <strong>del</strong> agua, aspirando<br />

ansiosamente. Era la hora de merendar. Antes de volver a marchar,<br />

comíamos fruta, pan y chocolate, sentados allí en la hierba, hasta donde<br />

venían horizontales, débiles, pero aun densos y metálicos, los<br />

toques de la campana de San Hilario, que no se mezclaban con el aire,<br />

que hacía tanto <strong>tiempo</strong> estaban atravesando, y que, alargados por la<br />

palpitación sucesiva de todas sus líneas sonoras, vibraban a nuestros<br />

pies, rozando las flores.<br />

Muchas veces, a la orilla <strong>del</strong> río y entre árboles, nos<br />

encontrábamos una casita de las llamadas de recreo, aislada,<br />

perdida, sin ver otra cosa <strong>del</strong> mundo más que la corriente que<br />

bañaba sus pies. Una mujer joven, de rostro pensativo y velos<br />

elegantes, raros en aquellas tierras, y que indudablemente había ido allí<br />

a .enterrarse., según la expresión popular, a saborear el amargo placer<br />

de que allí nadie supiera su nombre, y sobre todo el nombre de aquel<br />

ser cuyo corazón perdió, se asomaba a la ventana cuyo horizonte<br />

acababa en la barca amarrada a la puerta.<br />

Alzaba, distraída, sus ojos al oír por detrás de los árboles de la<br />

orilla voces de paseantes, que, aun antes de verlos, estaba ella<br />

segura de que nunca conocieron ni conocerían al infiel, de que nada<br />

tuvieron que ver con él en el pasado ni tendrían que ver en el porvenir.<br />

Sentíase que en su gran renunciar había cambiado voluntariamente<br />

unos lugares donde al menos hubiera podido ver de lejos al amado,<br />

por éstos que nunca pisara él. Y yo la veía, al volver de un paseo, en<br />

caminos por los que sabía ella muy bien que nunca habría de pasar el<br />

ausente, quitarse de las manos resignadas unos guantes muy largos de<br />

desaprovechada gracia.<br />

<strong>En</strong> los paseos, por el lado de Guermantes, nunca llegamos hasta<br />

el nacimiento <strong>del</strong> Vivonne, en el que yo pensaba muy a menudo,<br />

y que tenía para mí una existencia tan ideal y abstracta, que me<br />

llevé igual sorpresa cuando me dijeron que estaba en la provincia<br />

y a determinada distancia kilométrica de Combray que el día en que me<br />

enteré de que existía otro lugar concreto de la tierra donde estaba<br />

situada en la antigüedad la entrada de los infiernos.<br />

Nunca pudimos llegar tampoco hasta ese término que con<br />

tanto ardor deseaba yo: Guermantes. Sabía que allí vivían los dueños<br />

<strong>del</strong> castillo, el duque y la duquesa de Guermantes; sabía que eran<br />

personas de verdad con existencia actual; pero cuando pensaba en ellos<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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