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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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<strong>tiempo</strong> me parecía tan digno de gratitud como si una de esas tardes que<br />

estaba invitada hubiera renunciado a la invitación para ir a <strong>busca</strong>rme a<br />

los campos Elíseos; cobraba yo mayor confianza en la vitalidad y en el<br />

porvenir de nuestra amistad, que seguía viva y despierta en medio de<br />

aquel adormecimiento de las cosas que nos rodeaban, y mientras que<br />

ella me echaba bolas de nieve por el suelo, sonreía yo cariñosamente a<br />

aquel acto suyo de venir, que me parecía a la vez una predilección<br />

que me mostraba tolerándome como compañero de viaje por aquel<br />

país invernal y nuevo, y una fi<strong>del</strong>idad que me guardó en los días de<br />

infortunio. Una tras otra fueron llegando por la nieve, como tímidos<br />

gorriones, todas sus amigas. Empezamos a jugar, y estaba visto que<br />

aquel día que empezó tan tristemente tenía que rematar con gozo,<br />

porque al acercarme, antes de empezar el juego, a aquella amiga de voz<br />

breve que el primer día me hizo oír el nombre de Gilberta, me dijo:<br />

-No, no; ya sabemos que le gusta a usted más estar en el bando<br />

de Gilberta, y mire usted: ya lo está ella llamando. Y, en efecto, me<br />

llamaba para que fuese a jugar a la pradera de nieve a su campo,<br />

que el sol convertía, dándole con sus rosados reflejos el metálico<br />

desgaste de los brocados antiguos, en un campo de oro.<br />

Y aquel día tan temido fue de los únicos en que no me sentí<br />

desdichado.<br />

Porque, para mí, que no pensaba más que en no pasarme un día<br />

sin ver a Gilberta (tanto, que una vez que la abuela no volvió a la hora<br />

de almorzar, no pude por menos de pensar que si la había cogido un<br />

coche tendría yo que dejar de ir, por un poco <strong>tiempo</strong>, a los Campos<br />

Elíseos; y es que cuando se quiere a una persona, ya no se quiere a<br />

nadie), sin embargo, esos momentos que pasaba junto a ella, tan<br />

impacientemente esperados desde el día antes, que me habían<br />

hecho temblar, por los que lo habría sacrificado todo, no eran, en<br />

ningún modo, momentos felices; de lo cual me daba cuenta<br />

perfectamente, porque eran los únicos momentos de mi vida a los que<br />

yo aplicaba una atención minuciosa y encarnizada, sin descubrir ni un<br />

átomo de placer en ellos.<br />

El <strong>tiempo</strong> que pasaba lejos de Gilberta, sentía deseos de<br />

verla, porque, a fuerza de intentar continuamente representarme su<br />

imagen, acababa por fracasar en mi empeño y por no saber<br />

exactamente a qué figura correspondía mi amor. Además, ella no<br />

me había dicho nunca aún que me quería. Por el contrario, sostenía<br />

muchas veces que tenía amigos mejores, que yo era un buen<br />

camarada con quien le gustaba jugar, a pesar de ser un poco distraído y<br />

no estar muchas veces en el juego; y varias veces me había dado<br />

muestras aparentes de frialdad, que quizá habrían quebrantado mi<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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