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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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sábado hubiera tenido que esperar la hora habitual <strong>del</strong> almuerzo,<br />

aquello la habría .sacado de sus casillas. tanto como el tener que<br />

a<strong>del</strong>antar su almuerzo a la hora <strong>del</strong> sábado en otro día cualquiera.<br />

Este a<strong>del</strong>anto <strong>del</strong> almuerzo prestaba al sábado, para nosotros<br />

todos, una fisonomía particular, indulgente y muy simpática. <strong>En</strong><br />

ese momento, en que por lo general nos queda aún una hora que vivir<br />

antes <strong>del</strong> descanso de la comida, sabíamos que iban a llegar a los pocos<br />

segundos unas escarolas precoces, una tortilla de favor y un bittec<br />

inmerecido. El retorno de aquel sábado asimétrico era uno de esos<br />

menudos acontecimientos interiores, locales, casi cívicos, que en las<br />

vidas tranquilas y las sociedades fuertes crean como un lazo nacional,<br />

llegan a tema favorito de las conversaciones, de las bromas y de los<br />

relatos, <strong>del</strong>iberadamente exagerados; y hubiera sido núcleo apto para<br />

un ciclo legendario de tener alguno de nosotros la testa épica. Ya por la<br />

mañana, antes de vestirnos, sin ningún motivo y sólo por el gusto de<br />

poner a prueba la fuerza de solidaridad, nos decíamos unos a otros,<br />

con buen humor, cordialmente, patrióticamente:<br />

-Hoy no tenemos que descuidarnos, es sábado, mientras que mi<br />

tía, conferenciando con Francisca, y al pensar que el día sería más<br />

largo que de costumbre, decía:<br />

-Hoy, como es sábado, podría usted hacerles un buen guiso<br />

de ternera.. Si a las diez y media sacaba alguno, distraído, el<br />

reloj, diciendo:<br />

-Todavía falta una hora y media para el almuerzo., todos nos<br />

alegrábamos de poder recordarle:<br />

-.¿Pero en qué está usted pensando: no ve que es sábado?; y<br />

todavía nos duraba la risa un cuarto de hora después, y nos<br />

prometíamos subir a contárselo a mi tía para distraerla. Hasta el cielo<br />

parecía otro. Después <strong>del</strong> almuerzo, el sol, consciente de que era<br />

sábado, se paseaba una hora más por lo alto <strong>del</strong> cielo, y cuando<br />

uno de nosotros, que creía que ya se hacía tarde para el paseo,<br />

exclamaba: .¡Cómo! ¡Las dos nada más!., al ver pasar las dos<br />

campanadas de la torre de San Hilarlo (que ya están<br />

acostumbradas a encontrarse los caminos desiertos, por amor de la<br />

comida o de la siesta, a lo largo <strong>del</strong> río, claro y corretón, abandonado<br />

hasta <strong>del</strong> pescador, y que pasan solitarias por el cielo vacante, donde no<br />

quedan más que unas nubecillas perezosas), todo el mundo le respondía<br />

a coro: .Lo que lo despista a usted es que hemos almorzado una<br />

hora antes; ¿no ve usted que es sábado? La sorpresa de un bárbaro (así<br />

llamábamos a toda persona ignorante <strong>del</strong> carácter particular <strong>del</strong><br />

sábado), que venía a ver a papá a las once y nos encontraba<br />

sentados a la mesa, era una de las cosas que más divertían a Francisca<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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