Para comprender EL LIBRO DEL GÉNESIS - 10
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SAN JUAN CRISÓSTOMO,<br />
<strong>EL</strong> SACRIFICIO DE ISAAC<br />
«Toda aquella promesa que le había hecho Dios conducía<br />
a que los nacidos de Isaac se propagaran en un gran<br />
pueblo. Así pues, cuando el justo se alimentaba de esta<br />
buena esperanza, después de tan grandes y tan frecuentes<br />
aflicciones y tentaciones, una vez recibido el premio de<br />
éstas, colocado ya por fin en terreno seguro, teniendo ante<br />
los ojos al heredero que le iba a suceder, actuaba con seguridad,<br />
sintiendo en ello el mayor consuelo. Pero el que<br />
conoce lo escondido del corazón, queriendo descubrirnos<br />
la virtud de este justo, y el gran amor que tenía hacia Él,<br />
después de tantas promesas y también de ésta que se le<br />
había hecho recientemente, y de la que tenía todavía firme<br />
memoria, cuando Isaac era ya adolescente, y estaba en<br />
la misma flor de la edad, y crecía el amor del padre hacia<br />
él, después de las palabras de la promesa y después que le<br />
dijo: En él se llamará tu descendencia [...]. Grande peso el<br />
del precepto, y cosa que trasciende la naturaleza humana.<br />
Toma a tu hijo amado, al que amas, a Isaac. Mira cómo con<br />
estas palabras se enciende una hoguera mayor, y se excita<br />
más vehemente el horno de amor que sentía el justo por<br />
Isaac. Toma a tu hijo amado, al que amas, a Isaac. Cada<br />
una de las palabras bastaría por sí sola para herir el alma<br />
del justo. Porque no dijo simplemente, Isaac, sino que añadió<br />
a tu hijo, al que tuviste más allá de toda esperanza, y<br />
que lo pudiste tener en tu ancianidad; a tu Amado, al que<br />
amas sin medida, a Isaac, que esperas que te sucederá, del<br />
que te prometí que multiplicaría tu descendencia, y la<br />
multiplicaría tanto que se igualaría a la multitud de las<br />
estrellas y a la arena de la orilla del mar. A ese mismo<br />
Tómalo y vete a la tierra excelsa y ofrécelo allí en holocausto<br />
sobre uno de los montes, que te diré. Me produce admiración<br />
cómo pudieron soportar esto los oídos del justo.<br />
[...] No se turbó en su ánimo, no se confundió su mente,<br />
no perdió el juicio ante tan pasmoso precepto, no pensó,<br />
no reflexionó consigo mismo: "¿Qué es esto? El que me ha<br />
concedido descendencia más allá de toda esperanza, el<br />
que por su benignidad ha hecho apto para la generación<br />
el vientre muerto de Sara, ahora, después que el niño ha<br />
sido destetado y ha crecido, y está en la flor de la edad,<br />
manda matarlo y ofrecerlo en holocausto: el que poco<br />
antes dijo, En él se llamará tu descendencia, ahora manda<br />
lo contrario. ¿Y cómo se cumplirán las cosas prometidas<br />
por él? Porque ¿de qué modo podrá suceder que arrancada<br />
la raíz broten las ramas, o cortado el árbol dé cosecha<br />
de frutos, o de la fuente secada broten los ríos? Según la<br />
razón humana tales cosas son imposibles; pero, si Dios lo<br />
quiere, cualquier cosa puede suceder".<br />
Pero ninguna de esas cosas pensó en su interior el justo,<br />
sino que, como siervo agradecido, omitida toda razón<br />
humana, una sola cosa procuraba: llevar a la práctica lo<br />
mandado: casi como enajenado de la naturaleza humana,<br />
y pensando que ante el precepto divino había que posponer<br />
todo afecto y amor, se apresuró a cumplir lo mandado<br />
por Dios [...]. Como era consciente de la grandeza del<br />
precepto, no se lo dio a conocer a nadie en absoluto, ni a<br />
los muchachos ni al mismo Isaac: sino que solo consigo<br />
luchaba aquella batalla, y como un diamante permanecía<br />
invicto [...] ¡Con qué ojos contemplaba al niño que llevaba<br />
la leña sobre la que poco después lo iba a inmolar!<br />
¿Cómo pudo su propia mano llevar el fuego y la espada?<br />
Y ciertamente la mano llevaba el fuego sensible, pero el<br />
fuego interior abrasaba su mente, y apagaba la razón, y le<br />
persuadía de que venciera por el amor a Dios, y le infundía<br />
este pensamiento: que aquel que ya le había hecho ser<br />
padre por encima de la razón humana, le podía también<br />
ahora hacer que obrara lo que supera la razón humana.<br />
[...] Consideremos cómo no voló el alma del cuerpo, cómo<br />
pudo atarlo con sus manos, y colocarlo sobre la leña a tan<br />
amado y tan amable hijo único. [...] ¡Oh religiosa alma!<br />
¡Oh mente fuerte! ¡Oh ingente amor! ¡Oh razón que vence<br />
a la naturaleza humana! [...] No sé qué me admira y pasma<br />
más, si la fortaleza de espíritu del patriarca o la obediencia<br />
del muchacho, que ni se resistió ni llevó a mal el<br />
hecho, sino que cedió y obedeció a lo que hacía su padre<br />
y como un cordero se acostó en silencio sobre el altar,<br />
esperando la diestra de su padre. [...]».<br />
San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Génesis,<br />
Homilía 47, sobre Gn 22: PG 54, 429-431.<br />
PARA COMPRENDER <strong>EL</strong> <strong>LIBRO</strong> D<strong>EL</strong> <strong>GÉNESIS</strong> 139