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Para comprender EL LIBRO DEL GÉNESIS - 10

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Estamos ante una de las narraciones más extrañas<br />

de nuestro Génesis y que más ha dado lugar a<br />

variadas interpretaciones. <strong>Para</strong> entenderla y valorarla<br />

tendremos que distinguir entre la tradición que<br />

el Yahvista encontró y lo que él aportó para encajarla<br />

dentro de su construcción.<br />

Uno de los fenómenos que los antiguos sentían<br />

necesidad de explicar era el de los «gigantes», no<br />

aquellos hombres contemporáneos que podían destacar<br />

algo del común por su estatura, sino aquellos de<br />

la remota Antigüedad, de cuya corpulencia y hazañas<br />

se contaba y no se acababa. ¿De dónde procedían<br />

aquellos gigantones? De la unión carnal entre «hijos<br />

de los dioses» e «hijas de los hombres», mujeres.<br />

En las tradiciones de la conquista de Canaán por<br />

los israelitas, se contaba que los exploradores de la<br />

tierra se habían encontrado allí con algunos de esos<br />

gigantes, los nefilim (Nm 13,33, ver Dt 2,<strong>10</strong>), de fuerza<br />

hercúlea, a ios que se debían los grandes monumentos<br />

megalíticos (Dt 3,11). El v. 4 identifica los<br />

nefilim con esos grandes héroes, fruto de la unión de<br />

los «hijos de Dios (o: de los dioses)» con las hijas de<br />

los hombres.<br />

Esto podía haber bastado a J si no hubiera tenido<br />

intenciones más profundas que la de buscar explicación<br />

al origen de los gigantes. Él rastreaba la explicación<br />

de las grandes tragedias de la existencia<br />

humana. Por eso rompió el relato tradicional con el<br />

v. 3: «Ydijo Yahvé: "No permanecerá mi espíritu en el<br />

hombre para siempre, porque es carne: serán sus días<br />

120 años"». De ese modo la narración, además de<br />

responder a la curiosidad del origen de los gigantes,<br />

daba respuesta al problema de la brevedad de la vida<br />

humana. Así, a una etiología cultural se sobrepone<br />

una etiología existencial. No es extraña esa duplicidad<br />

en J: cuando lleguemos al episodio de la torre de<br />

Babel, veremos que allí se quiere explicar a la vez el<br />

invento del ladrillo, la confusión de lenguas y dispersión<br />

de los hombres, y el nombre de la ciudad de<br />

Babel (11,1-9).<br />

El v. 3, que el Yahvista intercala en la narración<br />

primitiva, indica que había sucedido algo contrario<br />

a la voluntad de Yahvé. Este mal no estuvo en que de<br />

aquellas uniones nacieran hombres famosos y gigantes,<br />

sino en las mismas uniones, las cuales, por algún<br />

concepto, eran contrarias al plan de Dios. En el con­<br />

texto de la historia primitiva de J tienen que ser<br />

uniones pecaminosas, han de constituir una transgresión,<br />

la cual, añadida a las anteriores, iba sumiendo<br />

a la humanidad en una miseria cada vez mayor.<br />

Pero ¿en qué consistió esa transgresión?<br />

En un mito primitivo, anterior a nuestra narración,<br />

se podría suponer que los hijos de los dioses,<br />

dioses secundarios ellos también, al unirse con las<br />

mujeres, habían intentado divinizar al hombre por la<br />

mezcla de la sangre humana con la divina, lo que<br />

traería como consecuencia la inmortalidad, privilegio<br />

de dioses. Éstos tenían que poner coto a semejantes<br />

pretensiones.<br />

En la narración actual, y dentro del resto de Gn<br />

1-11, el pecado tiene que estar en el intento de «ser<br />

como dioses», es decir, en la negativa de aceptar<br />

cualquier límite a su experiencia. Aquí «los hijos de<br />

Dios» se describen con rasgos humanos. Como los<br />

prepotentes de la tierra, «vieron lo hermosas que<br />

eran, y tomaron para sí entre todas las que eligieron»,<br />

sin límite alguno. Como el Faraón en Gn 12,<strong>10</strong>-20, o<br />

como David en 2 Sm 11: es una mujer hermosa, luego<br />

es para mí, que para eso soy el rey. Ya Lámec<br />

había iniciado ese camino (Gn 4,19). ¡Qué lejos de la<br />

monogamia proclamada en 2,24!<br />

Yahvé interviene para poner las cosas en su punto.<br />

Su decisión se expresa primero negativa y luego<br />

positivamente:<br />

- «No permanecerá mi espíritu en el hombre para<br />

siempre». El espíritu de Yahvé fue insuflado al hombre,<br />

que se convirtió así en ser viviente (Gn 2,7). Es<br />

la fuerza vital; si Dios la retira, el hombre y los animales<br />

mueren (Sal <strong>10</strong>4,29-30). Porque el hombre de<br />

por sí es «carne», es decir, su condición es terrena y<br />

caduca. Es una consideración similar a la de «Eres<br />

polvo y al polvo has de volver» (3,19).<br />

- «Serán sus días 120 años». Si tuviéramos esta<br />

narración suelta, y no inserta en la historia de los<br />

orígenes, en la que cada escena supone un paso adelante<br />

sobre la anterior, la podríamos entender como<br />

un doble de la escena del paraíso; aquí como allí se<br />

trataría del mismo castigo de la muerte al hombre<br />

que originariamente gozaba de inmortalidad, o por<br />

tener acceso al árbol de la vida, o por poseer sin límite<br />

de tiempo el espíritu de Dios. Pero, en el contexto<br />

PARA COMPRENDER <strong>EL</strong> <strong>LIBRO</strong> D<strong>EL</strong> GÉNhSIS 5 5

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