Para comprender EL LIBRO DEL GÉNESIS - 10
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La madre y el hijo compiten en sagacidad y previsión.<br />
Todo lo dejaron perfectamente planeado: las<br />
pieles por el cuello y los brazos, los vestidos de Esaú.<br />
Pero, como suele suceder, se olvidaron de un detalle,<br />
que puso en peligro la operación: Jacob tenía que<br />
haber imitado mejor la voz de su hermano Esaú.<br />
«Sobre mí tu maldición»: es una fórmula para<br />
cargar sobre sí con toda la responsabilidad y con<br />
todo el castigo si el plan falla. Rebeca corre con<br />
todos los riesgos, incluso el de la maldición por su<br />
esposo. Recordemos aquel «Su sangre sobre nosotros<br />
y sobre nuestros hijos» (Mt 27,25; ver 2 Sm<br />
1,16; 3,29; Hch 5,28; 18,6).<br />
Como iba a ser una gran fiesta, había que vestirse<br />
las ropas de fiesta. La madre guardaba las ropas<br />
de Esaú, porque éste seguía viviendo en casa y todavía<br />
no se había casado. Por lo mismo, no había ningún<br />
problema en que el cazador pudiera ofrecer a su<br />
padre, con la caza, pan y vino. No se pinta una sociedad<br />
de pastores nómadas, sino más bien de sedentarios.<br />
Rebeca lleva toda la iniciativa. ¿Por qué lo hace?<br />
La respuesta está en 25,28: Rebeca amaba a Jacob.<br />
Aunque no lo dijera 25,28, los hechos del cap. 27 lo<br />
estarían proclamando.<br />
En la respuesta de Jacob queda un indicio de la<br />
religión de los padres: «Yahvé, tu Dios»: Yahvé es el<br />
«Dios del padre».<br />
27-29. Las primeras palabras de la bendición son<br />
un arranque espontáneo ante el perfume de las ropas<br />
de su hijo Esaú: «El aroma de mi hijo como el aroma<br />
de un campo que ha bendecido Yahvé». El vidente<br />
Balaam tomará pie de su visión de las tiendas del<br />
campamento de Israel, para comenzar: «Qué hermosas<br />
son tus tiendas, Jacob, y tus moradas, Israel»<br />
(Nm 24,5). A Jacob se le anuncia el aroma de las mieses<br />
y de las viñas en sazón. La precaución de Rebeca<br />
de vestir a Jacob con las ropas de Esaú ha logrado<br />
más de lo que pretendía: ha confirmado a Isaac<br />
de que aquél era Esaú, y le ha inspirado la euforia<br />
conveniente para una bendición desmedida.<br />
A continuación, traduce Isaac a términos propios<br />
lo que acababa de anunciar en metáforas. «El rocío<br />
170 PARA COMPRENDER <strong>EL</strong> <strong>LIBRO</strong> D<strong>EL</strong> <strong>GÉNESIS</strong><br />
del cielo y la grosura de la tierra» (ver Dt 33,13). «El<br />
rocío del cielo», del que depende la cosecha. La «grosura<br />
o enjundia de la tierra»: la tierra profunda, gruesa,<br />
y por tanto fértil, por oposición a la tierra delgada,<br />
sin fondo, y por lo mismo poco o nada productiva.<br />
Una buena tierra, regada por el rocío del cielo, es<br />
una bendición de Dios (ver Dt 33,28).<br />
La bendición del v. 29 prescinde ya de la impresión<br />
causada por el aroma de los vestidos y se acomoda<br />
a una fórmula de bendición estereotipada y<br />
por lo mismo menos ajustada al contexto. El que es<br />
bendecido ya no es una persona particular, sino el<br />
representante de un pueblo, al cual se han de someter<br />
las naciones vecinas, y que ha de ser señor de los<br />
pueblos hermanos. (Aunque en este caso no tenga<br />
más que un hermano). Se anuncia la rivalidad entre<br />
pueblos o tribus vecinas, que aquí son Israel y Edom:<br />
Israel prevalecerá sobre Edom.<br />
«Quien te maldijere, sea maldito, y quien te bendijere,<br />
sea bendito». La idea estaba ya en las bendiciones<br />
a Abraham (12,3); la fórmula casi idéntica se<br />
repite en la bendición de Balaam a Israel (Nm<br />
24,9b). Si alguien te maldice, se volverá contra él la<br />
maldición; si alguien te bendice, se volverá sobre él<br />
la bendición.<br />
30-40. La escena entre Esaú e Isaac es dramática.<br />
Esaú vuelve feliz con su caza, le prepara el guiso<br />
a su padre, y se lo presenta «para que me bendiga tu<br />
alma». Va a ser el momento culminante de su vida.<br />
Representémonos la sorpresa de Isaac, al escuchar<br />
de nuevo las mismas palabras que ha escuchado<br />
antes: «Levántese mi padre y coma de la caza de su<br />
hijo, para que me bendiga tu alma». «Yo soy tu hijo,<br />
tu primogénito, Esaú». Isaac se tiembla entero al percatarse<br />
de que ha dejado sin bendición a su querido<br />
Esaú, para dársela a otro (en ese primer momento<br />
parece que no se da cuenta a quién; en el momento<br />
siguiente, sí). La bendición ha sido tal que, habiéndole<br />
dado todo a uno, no le ha quedado nada para el<br />
otro; habiendo hecho a uno señor de su hermano, al<br />
otro no lo puede hacer más que esclavo. Esaú, que<br />
no conoce los términos de la bendición anterior, lanza<br />
un alarido y suplica: «Bendíceme también a mí,<br />
padre mío». Replica Isaac: «Ha venido con engaño tu<br />
hermano y se ha llevado tu bendición». La continua-