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Para comprender EL LIBRO DEL GÉNESIS - 10

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quedar todos presos y marchar uno solo, van a marchar<br />

todos y quedar uno como rehén. Así podrán llevar<br />

los víveres necesarios para la familia. Y, si vuelven<br />

con el hermano pequeño, quedarán fuera de<br />

toda sospecha de espionaje. El cambio no es simple<br />

demostración de la arbitrariedad del poderoso. Significa<br />

que José se va dejando llevar del amor que, a<br />

pesar de todo, tiene a su familia; no puede olvidar<br />

que allá en Canaán han quedado su padre y Benjamín,<br />

cuya vida depende del grano de Egipto.<br />

José explica el motivo de aquella actitud benévola:<br />

«Ib soy temeroso de Dios». Se ha escrito mucho<br />

sobre el sentido de esta afirmación. Se ha dicho que<br />

es una afirmación ambigua, que lo mismo podía<br />

infundir seguridad que pavor. Yo no lo creo así.<br />

Según la mentalidad que se refleja en Gn 20,11 (E),<br />

donde no hay temor de Dios, se puede temer cualquier<br />

desmán del poderoso con el indefenso<br />

extranjero. Un israelita se figura fácilmente que fuera<br />

de Israel no hay temor de Dios, pero eso es falso<br />

(20,6). También las parteras egipcias temían a Dios,<br />

por lo que no obedecieron la cruel orden del Faraón<br />

de matar a todos los niños hebreos (Éx 1,17-21 E).<br />

Pero donde hay temor de Dios, hay seguridad de que<br />

no se procederá arbitrariamente contra el débil, ni se<br />

le condenará sin pruebas. Por eso, «Yo soy temeroso<br />

de Dios» es la garantía de «haced esto y viviréis». José<br />

es un buen biznieto de Abraham, al que otro texto<br />

elohísta califica de «temeroso de Dios» (Gn 22,12).<br />

21-24. Diálogo entre los hermanos («cada uno a<br />

su hermano»), que no sospechan que José pueda<br />

entenderles, porque en todo se están sirviendo de<br />

intérprete. Los hermanos dan así a José una prueba<br />

inequívoca, precisamente por no buscada, del cambio<br />

que se ha obrado en ellos desde el lejano día en<br />

que lo vendieron a unos extranjeros. Quizás se dicen<br />

ahora por primera vez lo que hacía mucho tiempo<br />

venía pensando cada uno por su cuenta. El ¡Ay! con<br />

que comienza el diálogo muestra la profundidad del<br />

sentimiento (como 2 Sm 14,5). En la descripción del<br />

hecho recuerdan algo que el narrador del cap. 37<br />

había descuidado: la angustia con que José les pedía<br />

que tuvieran compasión de él, ante la que ellos no se<br />

conmovieron. Ahora les llega el pago merecido: una<br />

angustia semejante a la de su hermano. Hay una jus­<br />

258 PARA COMPRENDER <strong>EL</strong> <strong>LIBRO</strong> D<strong>EL</strong> <strong>GÉNESIS</strong><br />

ta correspondencia entre la culpa y el castigo. Entonces<br />

José era inocente; ahora ellos son inocentes de lo<br />

que se les acusa, pero culpables de un crimen anterior.<br />

La justicia de Dios a veces tarda, pero llega.<br />

Rubén interviene para agravar la culpa: él les<br />

rogó que no pecaran contra el niño, y no le hicieron<br />

caso. Ahora «se nos reclama su sangre». Se dice así<br />

impersonalmente, porque no importa qué hombre<br />

sea el que la reclama. Detrás de quien sea está la justicia<br />

de Dios, que venga a los indefensos (Gn 4,<strong>10</strong>).<br />

Al decir aquí que los hermanos de José hablaban<br />

entre sí en la creencia de que el egipcio no les entendía,<br />

obliga al narrador a advertir que por lo demás<br />

hablaban usando intérprete. Es la única vez que se<br />

menciona en el Antiguo Testamento semejante institución,<br />

comprensible en una corte tan importante<br />

como la egipcia. Hasta ahora la narración se había<br />

olvidado de la diversidad de lenguas, como suele<br />

suceder en las narraciones antiguas.<br />

José no puede contener la emoción al percatarse<br />

del cambio obrado en los sentimientos de sus hermanos,<br />

y, como no quiere todavía revelarse a ellos,<br />

se retira a llorar. Ya repuesto, se sobrepone, vuelve<br />

donde ellos y, haciendo gala de más firmeza de la<br />

que en realidad tiene, toma a Simeón y lo hace amarrar<br />

a la vista de todos. Se pasa en la dureza para<br />

disimular su blandura. José se mantiene en lo dicho<br />

en el v. 19: uno de los hermanos se tiene que quedar.<br />

No puede uno menos de preguntarse por qué eligió<br />

a Simeón y no a otro, por ejemplo a Rubén, que era<br />

el mayor. Puede ser porque, no debiendo ser Rubén,<br />

como jefe de la expedición, había de ser el siguiente<br />

en edad. Era sobre todo el narrador el que necesitaba<br />

a Rubén como protagonista de su historia: él<br />

había de ser el que se hiciera responsable ante su<br />

padre de devolver sano y salvo a Benjamín (42,37).<br />

Otra explicación puede ser que José, que ha escuchado<br />

la conversación de sus hermanos, se ha enterado<br />

de que Rubén no fue tan culpable como los<br />

demás.<br />

25-28. José manda que se le meta a cada uno su<br />

«plata» (acuñada, o sellada, o sólo pesada) en los<br />

sacos, y se les den gratis provisiones para el camino.<br />

<strong>Para</strong> quienes no podían sospechar los sentimientos<br />

de hermandad del potentado egipcio hubo de ser lo

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