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Para comprender EL LIBRO DEL GÉNESIS - 10

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Nos encontramos ante un capítulo singular dentro<br />

de nuestro Génesis. Hasta ahora todo eran narraciones<br />

en prosa sobre los avatares de la vida de los<br />

patriarcas. Aquí estamos ante un poema, compuesto<br />

de diversas coplas o epigramas, en los que se describe<br />

alguna característica de las doce tribus de<br />

Israel. La mayoría de esas coplas nacieron de la inspiración<br />

popular en la época en que, por no existir<br />

aún una organización estatal, eran posibles hazañas<br />

de las tribus sueltas, ya que cada una de ellas vivía<br />

bajo su parra y bajo su higuera, y hacía lo que quería,<br />

o lo que podía, para sobrevivir (Jue 17,6; 21,25).<br />

Esas hazañas eran objeto de encomio o de reproche<br />

en la poesía popular, seguramente en las ocasiones<br />

en que se reunían las tribus, en torno a un santuario,<br />

o por algún motivo especial, como los descritos<br />

en Jos 24 y Jue 20,1, o en la vida ordinaria de las<br />

aldeas, cuando los hombres se reunían para charlar.<br />

Cuando Israel se había consolidado ya como<br />

estado, hubo alguien que recogió los dichos sueltos<br />

sobre las tribus para completar un poema en que no<br />

faltara ninguna de las doce tribus de Israel. Ese<br />

número de doce era intocable: en las listas de hijos<br />

de Jacob o de tribus de Israel siempre se mantiene<br />

ese número (para lo cual, si se incluye a Leví, la casa<br />

de José figura como una sola tribu; si la casa de José<br />

se desdobla en Efraím y Manases, desaparece Leví).<br />

Es posible que el recopilador de las coplas populares<br />

se encontrara con que le faltaba alguna; entonces<br />

él la completó. Quizás eso ocurrió con Rubén y<br />

con Simeón y Leví, ya que sus epigramas no aluden<br />

a ninguna hazaña desconocida de la tribu, sino a dos<br />

relatos que ya conocemos (Gn 34; 35,22).<br />

Los dichos primitivos acerca de las tribus eran<br />

muy breves. Muchas veces bastaba una comparación<br />

con algún animal: Judá es un cachorro de león (v. 9),<br />

Isacar un asno (v. 14-15), Dan una serpiente (v. 17),<br />

Neftalí una cierva (v. 21), Benjamín un lobo (v. 27)'.<br />

Otras veces, es un juego de palabras con la etimología<br />

del nombre: el de Judá sugiere la idea de alabanza<br />

(v. 8), el de Isacar la de trabajo asalariado (v.<br />

14-15), el de Dan la de juez (v. 16), el de Gad la de<br />

salteadores (v. 19), el de José-Efraím la de un árbol<br />

También en Dt 33,17.20.22.<br />

298 PARA COMPRENDER <strong>EL</strong> <strong>LIBRO</strong> D<strong>EL</strong> <strong>GÉNESIS</strong><br />

frutal (v. 22). <strong>Para</strong> una mentalidad primitiva, los<br />

nombres no son signos arbitrarios, sino naturales: el<br />

nombre describe la esencia de la cosa y su destino.<br />

Algunas veces hay una copla para cada tribu;<br />

pero otras veces hay varias para una sola tribu, por<br />

ejemplo, dos para Dan y tres para Judá.<br />

De entre todas las tribus, hubo dos que muy<br />

pronto descollaron y se impusieron a las demás:<br />

Judá en el sur y José (o mejor: Efraím) en el centro.<br />

El recopilador creyó oportuno reflejar en su poema<br />

el especial destino de estas dos tribus, ampliando los<br />

breves epigramas primitivos (w. <strong>10</strong>-12; 23-26*).<br />

Al ser incluido este poema en nuestra narración,<br />

se le da un sentido nuevo, poniéndolo en boca de<br />

Jacob cuando está a punto de morir. Acaba de bendecir<br />

a José y a los hijos de José; ahora se dirige a<br />

todos sus hijos (w. 1-2), y los bendice uno por uno,<br />

a cada uno con su bendición correspondiente (v. 28).<br />

De ahí que a este poema se le llama «Bendiciones de<br />

Jacob». Esas mismas bendiciones se valoran como<br />

profecías en el v. Ib.<br />

Cada una de las coplas populares sobre las tribus<br />

era, por su origen, de carácter profano. Celebraba<br />

(o, si era el caso, reprendía) a una tribu por<br />

alguna hazaña suya (o por alguna fechoría), que<br />

habían ejecutado por iniciativa propia y de la que se<br />

habían atribuido el mérito. No se veía en ello la<br />

mano de Dios. Pero hubo un momento, antes o después<br />

de entrar el poema en la narración del Génesis,<br />

en que la sensibilidad religiosa no toleraba que<br />

se hablara de la historia de las tribus de Israel como<br />

si en ella no tuviera ninguna parte Yahvé. Entonces<br />

fue cuando, a propósito de que en v. 24 se canta a<br />

José, que se fragua la victoria con su arco, su brazo<br />

y su mano, se recuerda que hay una mano más fuerte<br />

que la de José; es la mano de Dios, que con su<br />

bendición hace posibles todas aquellas hazañas (w.<br />

24b-26).<br />

La misma impresión de que el poema era demasiado<br />

profano la tuvo un lector tardío, que escribió<br />

al margen: «En tu salvación espero, Yahvé» (v. 18):<br />

esa glosa marginal mereció entrar en el texto canónico<br />

como correctivo de las coplas tribales, que parecían<br />

olvidarse del papel de Yahvé en la historia.

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