Para comprender EL LIBRO DEL GÉNESIS - 10
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actual, se trata de explicar esa desgracia de la humanidad<br />
que se añade a la necesidad de morir: la vida<br />
corta. No era ésa la voluntad primera de Dios, sino<br />
el conveniente coto que Él pone al orgullo de la prepotencia<br />
humana: hasta los más poderosos, que no<br />
reconocen frontera alguna, han de tropezar con la de<br />
una muerte próxima. Es lo único que les hace recordar<br />
que «no son más que carne».<br />
Lo que en algún sentido se puede entender como<br />
castigo de Dios, es también una sabia providencia<br />
paternal. Si todos los hombres tuviéramos siempre en<br />
cuenta nuestra humilde condición de criaturas, sería<br />
una maravilla una vida no amenazada por tan cercana<br />
muerte. Pero, cuando los poderosos de la tierra se<br />
creen semidioses o superhombres, los pobres y los<br />
oprimidos tienen el consuelo de que la tiranía de los<br />
opresores está siempre tocando a su fin'.<br />
La narración en sí misma no se relaciona con el<br />
diluvio. Pero las transgresiones aquí mencionadas,<br />
sumadas a otras ya narradas o que se suponen, justifican<br />
el resumen de 6,5: «Viendo Yahvé que la maldad<br />
del hombre cundía sobre la tierra...», como causa<br />
del diluvio.<br />
Se suele discutir si Gn 6,1-4 es una narración<br />
mítica. Depende mucho del sentido que se dé a «los<br />
hijos de Dios»:<br />
- En el judaismo y primeros escritores eclesiásticos,<br />
no se dudó en identificarlos con los ángeles<br />
culpables.<br />
- Desde el siglo IV de nuestra era, esclarecida la<br />
'Algunos han entendido los 120 años como el plazo de gracia<br />
concedido por Dios a la humanidad antes del diluvio. Pero J<br />
no hace después referencia al cumplimiento del plazo, ni van con<br />
J esos aplazamientos de las decisiones de Yahvé.<br />
5 6 PARA COMPRENDER <strong>EL</strong> <strong>LIBRO</strong> D<strong>EL</strong> <strong>GÉNESIS</strong><br />
condición espiritual de los ángeles, hubo que pensar<br />
en hombres: «los hijos de Dios» serían los descendientes<br />
de Set; «las hijas de los hombres», las descendientes<br />
de Caín.<br />
Pero en la narración no se hace ninguna distinción<br />
dentro de la humanidad. Al hombre le nacieron<br />
hijas, que son las «hijas de los hombres». Los «hijos<br />
de Dios» no pueden ser hombres normales: han de<br />
ser seres sobrehumanos. De la unión normal entre<br />
hombres y mujeres no podían nacer sino hombres<br />
normales, no aquellos gigantones. Es difícil no ver<br />
en ello un resto de mito cananeo.<br />
Pero es un resto del que no queda más que la<br />
fachada. <strong>Para</strong> J y para sus lectores, aquellos «hijos<br />
de Dios» estaban degradados de su condición divina<br />
o semi-divina por el hecho de que para un israelita<br />
no cabía otro Dios que Yahvé. Su comportamiento es<br />
humano (lo cual no es de extrañar en los mitos).<br />
Pero además el tratamiento que se les da es el que<br />
corresponde a hombres: siendo ellos los culpables,<br />
habrían quedado exentos del castigo si no les alcanzara<br />
el castigo general sobre la raza humana.<br />
Si J conservó esa fachada mítica es porque no<br />
tuvo más remedio. Él, que sabía aplicar el cincel a<br />
las viejas piedras con que levantó su obra, no encontró<br />
nada con que sustituir válidamente a «los hijos<br />
de Dios», sin que se le viniera abajo toda la narración.<br />
Como ilustración, leamos «Sátira a la muerte de<br />
un tirano», de Is 14.