Para comprender EL LIBRO DEL GÉNESIS - 10
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e de Babel. Como en toda la historia primitiva, J<br />
busca ante todo una explicación a las condiciones de<br />
la vida humana que afectan más profundamente al<br />
hombre. Una humanidad diseminada y sin posibilidades<br />
de entenderse para realizar grandes empresas<br />
comunes. Aunque no se diga expresamente, se sugiere<br />
que la falta de entendimiento es origen del azote<br />
de la guerra. J se pregunta: Esta situación ¿es conforme<br />
con el plan de Dios? Su respuesta es siempre la<br />
misma: Yahvé es absolutamente bueno; no quiere la<br />
desgracia de la humanidad. Por tanto, si descartáramos<br />
el pecado del hombre, nos encontraríamos con<br />
una humanidad unida, que hablara una sola lengua.<br />
La actual situación se debe al pecado del hombre, no<br />
a Dios. Nos lo dice narrativamente: Existía un plan<br />
primero, en el que la humanidad había de ser un solo<br />
pueblo con una sola lengua. El hombre sería capaz<br />
de grandes realizaciones. <strong>Para</strong> que este plan funcionara,<br />
el hombre no debería enorgullecerse con sus<br />
logros hasta el punto de endiosarse y querer<br />
independizarse de Dios. En 4,17 se contaba que Caín<br />
construyó una ciudad. No había en ello nada de<br />
malo: era una necesidad vital. Pero ahora la humanidad<br />
construye una ciudad y una torre, no porque<br />
las necesite, sino porque quiere hacerse famoso llegando<br />
con su torre hasta el cielo. Es la aspiración<br />
que Is 14,13-14 atribuye a Babilonia: «Al cielo voy a<br />
subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi<br />
trono... Me alzaré sobre las alturas del nubarrón, me<br />
igualaré al Altísimo». También en Jr 51,53 Babilonia<br />
quiere escalar los cielos. Es aquel afán de «ser como<br />
dioses» que el hombre había manifestado en el<br />
paraíso (Gn 3). <strong>Para</strong> eso, y para eso sólo, quieren<br />
estar unidos y hablar una sola lengua. Las capacidades<br />
que Dios ha puesto en el hombre son buenas en<br />
sí. Yahvé no se opone propiamente a la construcción<br />
de la torre, sino al espíritu que la anima, al intento<br />
de traspasar los límites de la criatura para alcanzar<br />
las alturas de Dios.<br />
Todo esto lo emprende el hombre por su cuenta:<br />
no se menciona para nada a Dios. Pero en ese<br />
momento empieza a actuar Yahvé. Bien enterado del<br />
fracaso del primer plan, pone en marcha su plan<br />
alternativo, que se puede calificar de castigo, pero<br />
que es prácticamente mejor que el plan ideal, ya que<br />
es más adecuado para una humanidad en la que la<br />
tentación del orgullo se hace irrefrenable cuando las<br />
posibilidades de dominio son casi ilimitadas. Es<br />
mejor una humanidad fragmentada, que palpa a diario<br />
su debilidad, sus límites como criatura. Cuando<br />
en esta humanidad fraccionada surge un gran imperio<br />
con poderío semejante al de la gente de Gn 11, se<br />
endiosan el pueblo y su emperador, que se convierten<br />
en azote de la humanidad. Los «castigos» de Dios<br />
son medidas saludables para esta humanidad concreta.<br />
La humildad de la condición humana se acepta<br />
más fácilmente desde la pobreza que desde la<br />
riqueza y el poder.<br />
Una vez más, J se muestra preocupado por explicar<br />
los fenómenos culturales: aquí el invento del<br />
ladrillo, como condición de posibilidad de grandes<br />
construcciones en regiones donde escaseaba la piedra.<br />
Es una meta secundaria de la narración.<br />
Los patriarcas postdiluvianos (Gn 11,<strong>10</strong>-26.32)<br />
Estos son los descendientes de Sem: Sem tenía <strong>10</strong>0 años cuando engendró a<br />
Arpaksad, dos años después del diluvio. Vivió Sem, después de engendrar a Arpaksad,<br />
500 años, y engendró hijos e hijas.<br />
Arpaksad era de 35 años de edad cuando engendró a Séiaj. Y vivió Arpaksad,<br />
después de engendrar a Sélaj, 403 años, y engendró hijos e hijas.<br />
Era Sélaj de 30 años cuando engendró a Héber. Y vivió Sélaj, después de<br />
engendrar a Héber, 403 años, y engendró hijos e nijas.<br />
PARA COMPRENDER <strong>EL</strong> <strong>LIBRO</strong> D<strong>EL</strong> <strong>GÉNESIS</strong> 87