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LA FASCINACION DEL MAL

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226 / María Susana Cipolletti y Fernando Payaguaje<br />

casas. Mi sorprendido comentario acerca de lo despoblado que se veía<br />

Campo Eno no tuvo respuesta; y recién más tarde supe de qué modo<br />

este hecho se hallaba relacionado con el fallecimiento de Fernando.<br />

Tradicionalmente, el muerto es envuelto en su hamaca y enterrado<br />

en una cámara sepulcral cavada en el piso de la vivienda, cuyas paredes<br />

se recubren con corteza arbórea y varas de bambú, cortadas longitudinalmente<br />

y partidas al medio, de modo de obtener una superficie<br />

plana. La hamaca, en la que se halla el cadáver, se cuelga de dos postes<br />

erigidos verticalmente en la cámara, cuidando que quede suficiente<br />

espacio alrededor para evitar que el cadáver entre en contacto con la<br />

tierra. Junto a él se colocan todos los objetos que eran propiedad del<br />

muerto. Sus sembradíos se queman o destruyen. Por último, la casa es<br />

abandonada, y los familiares cercanos se mudan a otro lugar, con el fin<br />

de evitar la cercanía amenazante del muerto y del daño (rawë) que lo<br />

ha matado. Luego de un tiempo prudencial, que varía entre varios<br />

meses a un año, regresan generalmente al mismo lugar y construyen<br />

una nueva vivienda a cierta distancia de la anterior. La tumba no recibe<br />

ningún cuidado, de modo que luego de cierto tiempo, la vegetación<br />

selvática la devora y vuelve identificable el lugar.<br />

Los rituales mortuorios tradicionales entraron en colisión a partir<br />

de 1960 con las concepciones de los misioneros protestantes del<br />

Instituto Linguístico de Verano, quienes predicaban la necesidad de<br />

enterrar a los muertos en un ataúd y destinaron un lugar cercano a la<br />

aldea para ser utilizado como cementerio. Unos pocos muertos fueron<br />

enterrados allí, pero la práctica no fue aplicada consecuentemente, y<br />

cuando los misioneros se marcharon en 1981, fue abandonada. Colocar<br />

un muerto en un ataúd colisiona de modo frontal con las concepciones<br />

secoya sobre la existencia postmortal, que probablemente estos misioneros<br />

fundamentalistas ignoraban (o, en caso de conocerla, lo que sería<br />

aún peor, la consideraban una “superstición” que era necesario extirpar).<br />

El cuidado que se pone en que el cadáver se halle en contacto con<br />

la tierra se halla íntimamente relacionado con la escatología: El muerto<br />

debe levantarse e iniciar el viaje al más allá, situado en el mundo<br />

superior, donde continuará su existencia. Enterrar a una persona en un<br />

ataúd equivale a negarle la posibilidad de la existencia en el mundo de<br />

los muertos, o sea, matarlo definitivamente. Aún en 1983, cuando lle-

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