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LA FASCINACION DEL MAL

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La fascinación del mal: Historia de vida de un Shamán Secoya / 55<br />

profesores, que exigen de sus alumnos la corrección en las citas bibliográficas,<br />

adopten, como investigadores de campo, la cita vaga o aproximada<br />

de las informaciones verbales de relatores indígenas. Quiérase o<br />

no, esta actitud refleja la aceptación y canonización de la primacía - y<br />

en última instancia, de la “seriedad” - de la literalidad sobre la oralidad.<br />

Durante varios años nuestras conversaciones duraban unas 6 a 8<br />

horas diarias, con una pausa al mediodía, a lo largo de aproximadamente<br />

un mes. Fernando nunca parecía cansarse, y de hecho, el traductor<br />

o yo éramos quienes proponíamos finalizar una sesión, acuciados<br />

por problemas de la vida diaria que había que solucionar antes de que<br />

cayera la noche (en San Pablo no había entonces otra luz que la de las<br />

velas), como recoger agua del río, descolgar la ropa que se estaba secando,<br />

o cocinar. Fue raro el día en que no nos encontráramos. Recién en<br />

mi última estadía esta forma de trabajo cambió en parte, debido a que<br />

Fernando fue perdiendo fuerzas, y oia mal.<br />

La parte más difícil de este trabajo le cabía a Jorge y a Marcelino,<br />

quienes traducían simultáneamente, del secoya al español y a la inversa,<br />

temas que, especialmente cuando eran jóvenes, conocían poco.<br />

(Varios años más tarde me confiaron que al principio el trabajo les<br />

había resultado muy difícil.)<br />

En cuanto al pago, era el del jornal común en la región, que permitía<br />

a Fernando hacer algunas compras para él y para su esposa, y a<br />

Jorge y a Marcelino evitar realizar otros trabajos fuera del asentamiento.<br />

Atemoriza la mera enunciación de los muchos deslices que pueden<br />

cometerse en la recolección y edición de una historia de vida, especialmente<br />

en lo que hace a las correcciones en la cronología del relato<br />

y al problema de la autoría. Al preparar para la publicación una historia<br />

de vida, la conducta habitual de un editor es: cortamos, cambiamos<br />

de lugar ciertos pasajes para dar al texto lo que consideramos como<br />

una coherencia interna, ordenamos los sucesos de un modo distinto al<br />

que lo hizo el relator o relatora, es decir, nos permitimos libertades que<br />

no nos permitiríamos con respecto a fuentes escritas. La forma más<br />

habitual de ser infiel a lo narrado es por parte de los editores ordenar<br />

los acontecimentos no como lo hace el relator, sino según una cronología<br />

lineal, en pasado-presente-futuro, como lo hice yo también al

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