LA FASCINACION DEL MAL
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La fascinación del mal: Historia de vida de un Shamán Secoya / 57<br />
sentido, por lo menos en lo que hace a temas no conflictivos. Fernando,<br />
así como todos los secoya con los que conversé, desearon aparecer con<br />
sus verdaderos nombres.<br />
Otro aspecto a tener en cuenta era el del nombre propio que<br />
debía utilizarse: Fernando tenía, como todos los secoya adultos, dos<br />
nombres: uno indígena y otro español. Los nombres indígenas tienen<br />
un significado totalmente distinto a los nuestros: no son utilizados<br />
como vocativos ni en tercera persona, e incluso los secoya negaron ante<br />
un etnógrafo poseer un nombre (Tessmann 1930: 219). Vickers (1976:<br />
225 s.) atribuye esta vergüenza a dar a conocer el nombre al miedo del<br />
daño shamánico al que está expuesta la persona. Según los secoya, sin<br />
embargo, no es posible dañar a alguien por medio del nombre. El motivo<br />
del silenciamiento del nombre es que se trata de algo sumamente<br />
íntimo, que sólo conoce el interesado y sus familiares más cercanos. Los<br />
nombres propios proceden de los wiñáo wái y son averiguados por un<br />
shamán luego del nacimiento de un niño. Ya que se trata de palabras<br />
pertenecientes a las deidades, los nombres tienden un puente entre el<br />
individuo y el mundo superior (véase Cipolletti 1997: 197 s.). En tiempos<br />
recientes, un secoya que ha escrito su autobiografía ha elegido utilizar<br />
su nombre indígena: Ecorasá (Piaguaje 1990).<br />
En cuanto al apellido Payaguaje, se trata de la españolización de<br />
la denominación de un clan: los Paya’wajë, “cara grasosa”. La desinencia<br />
-wajë (“viviente”) aparece en las fuentes históricas como -guaje, -<br />
guaque o similares, lo que facilita la identificación de los grupos tucano.<br />
Las denominaciones clánicas (Piaguaje, Payaguaje) cumplen<br />
actualmente una función equiparable a nuestros apellidos.<br />
Un tema difícil en la edición de una historia de vida es el problema<br />
de la autoría. En numerosas obras, el editor o la editora aparecen<br />
como únicos autores, escatimando así las memorias de quien se las ha<br />
confiado. Este fue el procedimiento habitual en el siglo pasado con respecto<br />
a historia de vida de indígenas norteamericanos. Menos aceptable<br />
es la continuación de esta práctica en el presente, como en dos<br />
obras publicadas por los mismos editores: la historia de vida de<br />
Condor Mamani, un campesino de los Andes peruanos y tres relatos<br />
autobiográficos de campesinos quechua (Valderrama y Escalante 1977,