LA FASCINACION DEL MAL
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56 / María Susana Cipolletti y Fernando Payaguaje<br />
publicar la historia de vida de un pastor de los Andes argentinos<br />
(Cipolletti 1987a). Sólo algunos editores utilizaron la cronología del<br />
relator o de la relatora. Interesante a este respecto es la experiencia de<br />
Burgos, quien publicó la historia de vida de Rigoberta Menchú: después<br />
de transcribir los textos, los ordenó cronológicamente, para retomar<br />
luego el orden en que le habían sido narrados (Burgos 1985:18).<br />
Una historia de vida de Menchú aparecida posteriormente fue, por el<br />
contrario, organizada de acuerdo a una cronología linear, aunque ya no<br />
con la ingenuidad de los antiguos editores, sino como una decisión<br />
expresa de los editores actuales (Liano 2000).<br />
Para todo editor es una tentación intercalar dentro de la historia<br />
de vida informaciones o relatos obtenidos de la misma persona en<br />
otras ocasiones. Por este procedimiento se logra un texto más denso,<br />
que es además más comprensible para el lector. Este procedimiento<br />
tiene un antecedente ilustre: Paul Radin (1983) agregó a la historia de<br />
vida del winnebago Crushing Thunder, entre otras cosas, informaciones<br />
anteriores sobre rituales, de modo que el texto resultante se ve enriquecido<br />
y termina pareciéndose a una monografía etnográfica.<br />
Confieso que me costó decidirme a no intercalar relatos contados por<br />
Fernando en otras ocasiones. En los textos que siguen, Fernando se<br />
refiere a seres míticos y deidades, sin más explicación, pues antes de<br />
comenzar su historia de vida me había contado la mayoría de los relatos<br />
en los que aparecen los protagonistas que menciona aquí. La inclusión<br />
de estos relatos en el texto habría conferido a éste seguramente<br />
una densidad peculiar…pero ya no sería la historia de su vida como él<br />
eligió contarla, y el resultado sería una forma de discurso que él nunca<br />
hubiera verbalizado así.<br />
La identificación de los relatores bajo su nombre verdadero ha<br />
cambiado en las últimas décadas. En las tempranas historias de vida de<br />
indígenas norteamericanos el relator o relatora son identificados como<br />
tales. Posteriormente se hizo hincapié en la necesidad de conservar el<br />
anonimato y se utilizaron seudónimos para la persona y en muchos<br />
casos también para la aldea donde se había recogido la información<br />
(Langness 1965: X). En las últimas décadas, sin embargo, numerosas/os<br />
relatoras/es desean ser mencionados con sus verdaderos nombres, de<br />
modo que en estos casos la protección de la identidad dejó de tener