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Concepciones del maestro sobre la ética

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mente se han hecho, por otras que dinamizan el sentido práctico de este<br />

discurso: se trata de preguntarse por <strong>la</strong>s virtudes morales, cívicas y políticas<br />

y no sólo por <strong>la</strong>s normas; se trata de preguntarse por <strong>la</strong> educación<br />

de los sentimientos morales y no sólo <strong>la</strong> transmisión de reg<strong>la</strong>mentaciones<br />

y procedimientos; se trata de preguntarse por <strong>la</strong> forja <strong>del</strong> carácter<br />

individual y colectivo a <strong>la</strong> altura de <strong>la</strong> moral alcanzada por <strong>la</strong> sociedad, y<br />

no sólo en <strong>la</strong> definición de procedimientos justos, entre otros problemas.<br />

Referentes teóricos<br />

De esta visión neo-aristotélica deriva <strong>la</strong> <strong>ética</strong> <strong>del</strong> cuidado propuesta por<br />

Carol Gilligan (1985) y Nell Nodding (1984). El cuidado no se asume<br />

como una virtud que se cultiva como <strong>la</strong> responsabilidad o <strong>la</strong> honestidad.<br />

Se p<strong>la</strong>ntea que <strong>la</strong> individualidad humana se define en un conjunto de<br />

re<strong>la</strong>ciones que implican “sentir con el otro”, con el propósito de argumentar<br />

otra manera de legitimación <strong>del</strong> discurso ético: el forjamiento<br />

<strong>del</strong> carácter moral, “se sucede en re<strong>la</strong>ciones humanas que tienen en<br />

cuenta <strong>la</strong> contingencia y fragilidad humana y cuya naturaleza reconoce<br />

<strong>la</strong>s situaciones particu<strong>la</strong>res que viven y experimentan los seres humanos”<br />

(Suárez, 2008, p. 105).<br />

En re<strong>la</strong>ción con <strong>la</strong>s teorías deontológicas se consideró que <strong>la</strong> teoría kantiana<br />

(Kant, 2002) es el mo<strong>del</strong>o adecuado de interpretación. Esta es<br />

una postura que le apuesta a <strong>la</strong> autonomía de <strong>la</strong> voluntad amparada en<br />

una idea formal de <strong>la</strong> <strong>ética</strong>, en <strong>la</strong> cual el bien moral no depende de su<br />

contenido, sino de <strong>la</strong> forma de unas normas cuyo sentido está dado por<br />

<strong>la</strong> razón. La forma racional de <strong>la</strong>s normas se descubre cuando se adopta<br />

<strong>la</strong> perspectiva de <strong>la</strong> igualdad (en un mundo que empíricamente no lo<br />

es) y de <strong>la</strong> universalidad (en un mundo donde los individuos deciden<br />

según intereses particu<strong>la</strong>res). La voluntad es autónoma cuando adopta<br />

estas perspectivas en su obrar, y por eso es al mismo tiempo netamente<br />

racional y por lo tanto humana.<br />

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La justicia es entonces un principio racional que se define como interés<br />

universal sin presunción de intereses individuales o grupales. La justicia<br />

se refiere a lo que es exigible a cualquier ser racional por cuanto es “moralmente<br />

justo lo que satisface intereses universalizables”. De allí que<br />

en <strong>la</strong> perspectiva contemporánea esos intereses se averiguan celebrando<br />

un diálogo entre los afectados en condiciones de simetría. Esta <strong>ética</strong> de

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