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Concepciones del maestro sobre la ética

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<strong>Concepciones</strong> <strong>del</strong> <strong>maestro</strong> <strong>sobre</strong> <strong>la</strong> <strong>ética</strong><br />

Pero esta concepción de <strong>la</strong> <strong>ética</strong> no debe inducirnos a pensar que Aristóteles<br />

renuncia a considerar los deseos y <strong>la</strong>s sensaciones al momento<br />

de exigir una actuación al hombre conforme a <strong>la</strong> razón. Lo que busca<br />

<strong>la</strong> <strong>ética</strong> es encaminar <strong>la</strong>s emociones y los deseos al propósito de que no<br />

entorpezcan el ejercicio de <strong>la</strong> virtud humana y sean propicios al logro<br />

<strong>del</strong> fin humano por excelencia y, por tanto, de <strong>la</strong> vida feliz.<br />

En eso consiste vivir de acuerdo con <strong>la</strong> razón. Si procurarse el p<strong>la</strong>cer y<br />

rehuir el dolor son finalmente <strong>la</strong> reg<strong>la</strong> de nuestra vida, vivir de acuerdo<br />

con <strong>la</strong> razón habrá de consistir en aprender a discernir entre el p<strong>la</strong>cer<br />

que es bueno procurarse y el dolor que debe evitarse (Camps, 2007).<br />

La felicidad es según Aristóteles perfecta en sí misma si el hombre <strong>la</strong><br />

obtiene virtuosamente, pero, aunque incluye el p<strong>la</strong>cer, se debe rehuir el<br />

p<strong>la</strong>cer que sea despreciable, por eso es absurdo l<strong>la</strong>mar a <strong>la</strong> riqueza causa<br />

de <strong>la</strong> felicidad (como tiende a hacerlo el hombre medio), lo que equivaldría<br />

a decir que un músico es bril<strong>la</strong>nte por su instrumento y no por<br />

su aptitud para <strong>la</strong> ejecución. De igual modo, el hombre verdaderamente<br />

feliz no puede incurrir en actos bajos u odiosos que lo conviertan en<br />

desgraciado, pues sabe perfectamente que el p<strong>la</strong>cer que debe procurarse<br />

es el de actuar como hombre bueno porque actuar virtuosamente es en<br />

sí mismo un p<strong>la</strong>cer. En el libro IX de <strong>la</strong> Ética a Nicómaco dice Aristóteles:<br />

46<br />

Porque lo que hace el hombre malo no está en armonía con lo que debe<br />

hacer, mientras que el hombre bueno hace lo que debe. La razón elige<br />

siempre lo mejor para el<strong>la</strong> misma, y el hombre bueno obedece a <strong>la</strong> razón.<br />

También es cierto que el hombre bueno hace muchas cosas por sus<br />

amigos y su patria, hasta dar su vida por ellos si es necesario. Renunciará<br />

a <strong>la</strong> riqueza y los honores y en general a los beneficios por los que<br />

luchan los hombres, conservando para sí mismo <strong>la</strong> nobleza, porque preferiría<br />

disfrutar de un p<strong>la</strong>cer intenso un corto tiempo que de uno débil<br />

durante mucho tiempo, y vivir noblemente durante un año que muchos<br />

sin objetivo alguno… En todas <strong>la</strong>s acciones dignas de elogio se ve que<br />

el hombre bueno se asigna a sí mismo una porción mayor de lo que es<br />

noble. En este sentido, por ello, deberíamos ser amantes de nosotros<br />

mismos, pero no en el sentido en que lo son <strong>la</strong> mayoría de los hombres.

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