Concepciones del maestro sobre la ética
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<strong>Concepciones</strong> <strong>del</strong> <strong>maestro</strong> <strong>sobre</strong> <strong>la</strong> <strong>ética</strong><br />
completo de virtudes c<strong>la</strong>ve, sin <strong>la</strong>s cuales no se tiene acceso a los bienes<br />
internos a <strong>la</strong>s prácticas, no sólo en general, sino en un sentido particu<strong>la</strong>r.<br />
Por nuestra subordinación, dentro de <strong>la</strong> práctica, a nuestra re<strong>la</strong>ción<br />
con los demás –puesto que se trata de actividades cooperativas–, tenemos<br />
que aceptar como componentes necesarios de cualquier práctica<br />
que contenga bienes internos y mo<strong>del</strong>os de excelencia, <strong>la</strong>s virtudes de <strong>la</strong><br />
justicia, el valor y <strong>la</strong> honestidad (MacIntyre, 2001, p. 238). De no aceptar<strong>la</strong>s,<br />
se estará recurriendo a ardides o engaños que impedirían alcanzar<br />
los mo<strong>del</strong>os de excelencia y los bienes internos a <strong>la</strong> práctica en cuestión,<br />
y de ser así, <strong>la</strong> práctica no sería más que una argucia para lograr bienes<br />
externos; pero también admite que entre diversas sociedades pueden<br />
encontrarse diversos códigos de veracidad, justicia y valor (MacIntyre,<br />
2001, p. 239).<br />
MacIntyre afirma que su descripción es aristotélica en varios sentidos,<br />
pero especialmente destaca cómo puede amoldarse a conceptos aristotélicos<br />
de p<strong>la</strong>cer y de gozo. Al respecto dice lo siguiente:<br />
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El que alcanza <strong>la</strong> excelencia en una práctica, el que juega bien al ajedrez<br />
o al fútbol, el que lleva a cabo con éxito una investigación en física o un<br />
experimento en pintura, disfruta lo mismo su éxito como <strong>la</strong> actividad<br />
necesaria para alcanzarlo. Así le ocurre a quien, aunque no supere límites<br />
con sus logros, juega, piensa o actúa tratando de superarlos. Como dice<br />
Aristóteles, el gozo de <strong>la</strong> actividad y el gozo <strong>del</strong> logro no son los fines a<br />
los que tiende el agente, pero el gozo procede <strong>del</strong> éxito en <strong>la</strong> actividad, de<br />
modo que <strong>la</strong> actividad lograda y <strong>la</strong> actividad gozada son uno y el mismo<br />
estado. Por tanto, tender al uno es tender al otro, y de ahí que también sea<br />
fácil confundir <strong>la</strong> búsqueda de <strong>la</strong> excelencia con <strong>la</strong> búsqueda <strong>del</strong> gozo en<br />
este sentido específico. Esta confusión en particu<strong>la</strong>r es bastante inofensiva; no<br />
es inofensiva, por el contrario, <strong>la</strong> confusión <strong>del</strong> gozo en este sentido específico<br />
con otras formas de p<strong>la</strong>cer” (MacIntyre, 2001, p. 245).<br />
Esta primera caracterización <strong>del</strong> concepto de virtud muestra cómo MacIntyre<br />
lo hace proceder <strong>del</strong> de práctica social, en cuyo seno son determinadas<br />
<strong>la</strong>s virtudes de conformidad con los mo<strong>del</strong>os de excelencia.<br />
Ahora bien, dado que Aristóteles sostiene que el valor <strong>del</strong> carácter de<br />
un hombre puede ser apreciado según que su telos o fin sea <strong>la</strong> eudaimonía<br />
o felicidad, en el caso de MacIntyre, ¿con base en qué referente se po-