Concepciones del maestro sobre la ética
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Es una teoría <strong>del</strong> poder que ve en este <strong>la</strong> capacidad de un gobernante<br />
para influir socialmente, en razón de que sus intereses forman una ecuación<br />
con los intereses de sus gobernados.<br />
Referentes teóricos<br />
La opinión corriente acerca <strong>del</strong> poder, producto de <strong>la</strong> experiencia cotidiana,<br />
juzga sin embargo, que no somos gobernados ni por hombres<br />
moralmente dignos, ni bajo el imperio justo de <strong>la</strong> ley, pues estas dos<br />
carencias podrán ser satisfechas sólo cuando los ciudadanos de los tiempos<br />
presentes seamos gobernados en el interior de un ordenamiento civil<br />
que se caracterice por <strong>la</strong> presencia de un poder común competente para<br />
hacer suya <strong>la</strong> defensa de sus miembros, y capaz de garantizar nuestra<br />
supervivencia en un orden social en que los derechos de los sujetos sean<br />
reconocidos y respetados. Entre tanto, podemos seguir bordeando <strong>la</strong><br />
percepción utilitarista de inspiración teológico-metafísica, de que los<br />
“gobernantes malos” terminan por ser también “malos gobernantes”.<br />
• Aristóteles y <strong>la</strong> educación moral<br />
Conforme a <strong>la</strong> concepción <strong>ética</strong> aristotélica se puede afirmar que <strong>la</strong> finalidad<br />
primordial de <strong>la</strong> educación moral consiste en disponer <strong>la</strong> “racionalidad<br />
práctica” y <strong>la</strong> “voluntad” <strong>del</strong> sujeto hacia <strong>la</strong> integridad y plenitud<br />
de su ser, como si cada momento fuese el “mejor momento” de su vida.<br />
Educar moralmente es, sin lugar a dudas, establecer cuáles deben ser<br />
los fines primordiales perseguidos por el educando como meta trazada a<br />
su existencia, y cómo debe ser él para lograr el modo de ser característico<br />
de su condición humana. Esto supone <strong>la</strong> necesidad de percatarse de que<br />
<strong>la</strong> educación moral sólo puede ser de utilidad si se persigue <strong>la</strong> virtud<br />
intelectual <strong>del</strong> “saber práctico”, al tiempo que se busca <strong>la</strong> virtud moral.<br />
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La educación moral debe propender por <strong>la</strong> formación de individuos aptos<br />
para “vivir moralmente”, educados en <strong>la</strong> capacidad de “elegir bien”,<br />
de modo que su “racionalidad práctica” y su “voluntad” sean dispuestas<br />
a lo conveniente. Esta tarea consiste en reforzar y cualificar un importante<br />
aspecto de su actividad vital: “saber actuar” prudentemente. La<br />
educación no puede entonces limitarse a fomentar el conocer y el producir,<br />
pues sería insuficiente si abandona <strong>la</strong> necesidad de fomentar <strong>la</strong> “vida<br />
moral”, <strong>la</strong> cual radica en “saber actuar”. Evidentemente el desarrollo in-