Concepciones del maestro sobre la ética
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<strong>Concepciones</strong> <strong>del</strong> <strong>maestro</strong> <strong>sobre</strong> <strong>la</strong> <strong>ética</strong><br />
telectual, técnico y moral son de naturalezas diferentes, pero toda tarea<br />
educativa genuina debe perseguir <strong>la</strong> educación para una “vida moral”.<br />
La educación por estar centrada de modo casi exclusivo en <strong>la</strong> formación<br />
de individuos para enfrentar objetos de conocimiento (ser), ha sacrificado<br />
el darle igual consideración al elegir y decidir (deber ser). El hombre<br />
no sólo piensa y produce, sino que también actúa, y dado que al actuar<br />
exhibe su esencial carácter de ser libre, es necesario educarlo para que<br />
asuma su libertad adecuadamente: <strong>la</strong> praxis, el actuar libremente, es lo<br />
propio de <strong>la</strong> “vida moral”.<br />
Una “racionalidad teórica” es incapaz de resolver los asuntos prácticos<br />
y, por el contrario, es <strong>la</strong> “racionalidad práctica” <strong>la</strong> que sirve de recurso<br />
al actuar humano, por estar este referido a unos principios y criterios<br />
propios cuya realización se debe a <strong>la</strong> “voluntad”. Pero tanto <strong>la</strong> “racionalidad<br />
práctica” como <strong>la</strong> “voluntad” deben ser educadas por el hábito,<br />
el cual consiste en <strong>la</strong> disposición subjetiva que permanece como consecuencia<br />
de <strong>la</strong> repetición constante de un acto. Mediante el hábito, los<br />
seres humanos aprenden a hacer de <strong>la</strong> mejor manera lo que es propio, y<br />
por su mediación se logra <strong>la</strong> propia perfección. El hábito da lugar a que<br />
lo conveniente sea realizado con naturalidad y conlleva el gusto de lo<br />
ejecutado con p<strong>la</strong>cer, satisfacción y gozo.<br />
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Un objetivo c<strong>la</strong>ro de <strong>la</strong> “educación moral” es el de conducir al educando<br />
a lograr que su práxis sea <strong>la</strong> adecuada y justa con respecto a sus deseos,<br />
por lo cual requiere que junto a <strong>la</strong>s indagaciones en torno al bien y a lo<br />
que se debe hacer, sea fortalecida su “voluntad” y su “carácter”. El hombre<br />
moralmente educado no puede estar dotado so<strong>la</strong>mente de lo que <strong>la</strong><br />
naturaleza le concedió, sino que debe convertirse en su propio artífice<br />
mediante su actuar y su hacer. “El hábito conforma en el hombre una<br />
“segunda naturaleza” que se convierte en una característica propia, pues<br />
pasa a formar parte de lo que es” (Martínez, 2007).<br />
Cuando el educando ha sido educado de tal manera que su “racionalidad<br />
práctica” adquiere el hábito de realizar lo conveniente, es decir, cuando<br />
ha alcanzado <strong>la</strong> excelencia en el ámbito <strong>del</strong> buen juicio acerca de lo<br />
que se debe hacer, entonces se está frente a <strong>la</strong> “prudencia”. Las “virtudes