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Concepciones del maestro sobre la ética

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morales” (voluntad) y <strong>la</strong> “prudencia” (racionalidad práctica), son de naturaleza<br />

perfectible, por ello constituyen <strong>la</strong> finalidad primordial de <strong>la</strong><br />

“educación moral”.<br />

Referentes teóricos<br />

Cuando el educando actúa “bien” sin ninguna disposición interior y tan<br />

sólo en obediencia a <strong>la</strong> ley que impuesta desde afuera le prescribe lo que<br />

es el bien, no se admite que estemos ante un sujeto moralmente educado<br />

en el sentido en que Aristóteles permite concebir <strong>la</strong> educación moral.<br />

El “conocimiento” de lo bueno por sí solo no garantiza su realización. La<br />

racionalidad es necesaria, pero no suficiente, pues debe estar unida a <strong>la</strong><br />

intención o deseo de hacer una cosa (voluntad). Es en este sentido en<br />

que Aristóteles permite decir que <strong>la</strong> virtud moral es un hábito bueno,<br />

pues es el “libre albedrío” o determinación que impulsa a actuar bien<br />

por hábito; sólo así alcanzará el educando su “excelencia” o plenitud de<br />

su ser como persona.<br />

De esta manera, el perfeccionamiento que requiere <strong>la</strong> ”racionalidad<br />

práctica”, y que debe ser logrado mediante <strong>la</strong> “educación moral”, supone<br />

el reconocimiento de que pensar, producir y actuar son facultades<br />

humanas diferentes, y que privilegiar una en detrimento de otra es contrario<br />

al propósito de <strong>la</strong> tarea de educar seres humanos. El actuar obedece<br />

a principios y criterios que están re<strong>la</strong>cionados con el aspecto apetitivo<br />

de los humanos y son completamente diferentes de los <strong>del</strong> pensar y el<br />

producir. Por eso <strong>la</strong> <strong>ética</strong> aristotélica pretende el saber de lo que es<br />

“vivir bien”, pero <strong>la</strong> búsqueda de este conocimiento cobra sentido en <strong>la</strong><br />

medida en que efectivamente existe en el “sujeto moral” una disposición<br />

a realizar dicho “vivir bien”. El “vivir bien” se le presenta al hombre<br />

como algo deseable y no como un mero conocimiento que baste con ser<br />

poseído para abandonar su búsqueda y afán por conquistarlo.<br />

59<br />

Educar para dotar al hombre de <strong>la</strong> prudencia consiste en despertar en él<br />

una propensión buena por parte de su “racionalidad práctica” respecto<br />

de aquello en torno a lo cual puede “<strong>del</strong>iberar”. Debido a que <strong>la</strong> “prudencia”<br />

incluye <strong>la</strong> voluntad, <strong>la</strong> sensibilidad y los afectos <strong>del</strong> sujeto, los<br />

cuales son aspectos de <strong>la</strong> vitalidad humana, su formación debe integrarse<br />

a <strong>la</strong> educación moral. ¿Cómo podría un hombre carente de prudencia<br />

orientar su acción hacia lo bueno? ¿Cómo sabría hacia qué bien especí-

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