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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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llamaba Bradley y era mi compañero de laboratorio en física.—¿Cuántos años tenías?—Quince.—¿Y qué hace él ahora?—No lo sé.—¿Hasta dónde llegó?—¡Christian! —le regaño. Y de repente me agarra las rodillas, después los tobillos y me empuja de formaque caigo sobre el sofá. Se tumba encima de mí, atrapándome bajo su cuerpo, con una pierna entre las mías.Ha sido todo tan repentino que chillo por la sorpresa. Me coge las manos y me las sujeta por encima de lacabeza.—Vamos a ver, este Bradley ¿superó el primer nivel? —murmura acariciándome la nariz con la suya. Meda unos besos suaves en la comisura de la boca.—Sí —susurro contra sus labios. Me suelta una de las manos para poder agarrarme la barbilla para que meesté quieta mientras me mete la lengua en la boca y yo me rindo a su beso ardiente.—¿Así? —jadea Christian cuando se separa de mí para respirar.—No… Nada parecido —consigo decir aunque se me está acumulando la sangre por debajo de la cintura.Me suelta la barbilla y me acaricia todo el cuerpo con la mano para finalmente volver hasta mi pecho.—¿Y te hizo esto? ¿Te tocó así? —Pasa el pulgar por mi pezón por encima de la ropa suavemente, una yotra vez, y la carne responde a su contacto experto endureciéndose.—No —digo retorciéndome bajo su cuerpo.—¿Y llegó al segundo nivel? —me susurra al oído. Su mano baja por mis costillas y sigue por encima demi cintura hasta mi cadera. Me agarra el lóbulo de la oreja entre los dientes y tira suavemente.—No —jadeo.Mulder desde la televisión cuenta algo sobre los menos buscados por el FBI. Christian se detiene, se estiray pulsa un botón del mando para dejar a la tele sin sonido. Me mira.—¿Y qué pasó con el segundo? ¿Pasó él del segundo nivel?Sus ojos arden… ¿de furia? ¿De excitación? Es difícil saberlo. Se mueve para quedar junto a mi costado ymete la mano por debajo de mis pantalones.—No —le susurro atrapada en su mirada lasciva. Christian sonríe malicioso.—Bien. —Me cubre el sexo con la mano—. No lleva bragas, señora Grey. Me gusta. —Me besa y susdedos se ponen a hacer magia otra vez; el pulgar me roza el clítoris, excitándome, mientras el dedo índice seintroduce dentro de mí con una lentitud exquisita.—Se supone que solo íbamos a meternos mano —gimo.Christian se queda quieto.—Creía que eso estábamos haciendo.—No. Meterse mano no implica sexo.—¿Qué?—Nada de sexo…—Ah, nada de sexo… —Saca la mano de mis pantalones—. Vale.

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