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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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Observo un segundo por el espejo retrovisor, pero no veo nada raro: solo una fila de coches que van detrásde nosotros. El todoterreno está unos cuatro coches por detrás y todos vamos conduciendo a ritmo constante.—Vale. —Christian suspira y se frota la frente con los dedos; irradia tensión. Algo va mal—. Sí… No sé.—Me mira y se aparta el teléfono de la oreja—. No pasa nada. Sigue adelante —me dice con calmasonriéndome, pero la sonrisa no le alcanza los ojos. ¡Mierda! Mi sistema se llena de adrenalina. Vuelve acolocarse el teléfono en la oreja—. Bien, en el puente. En cuanto lleguemos… Sí… Ahora lo pongo.Coloca el teléfono en el soporte para el altavoz y lo pone en modo manos libres.—¿Qué ocurre, Christian?—Tú concéntrate en la carretera, nena —me dice en voz baja.Vamos hacia la vía de acceso al puente de la 520, dirección Seattle. Cuando miro a Christian, él tiene lavista fija en la carretera.—No quiero que te entre el pánico —me dice con mucha calma—. Pero en cuanto estemos en el puente dela 520, quiero que aprietes el acelerador. Nos están siguiendo.¿Siguiendo? Oh, madre mía. Siento el corazón atravesado en la garganta, latiéndome con fuerza, se meeriza el vello y me cuesta respirar por el pánico. ¿Quién nos puede estar siguiendo? Vuelvo a mirar por elretrovisor y el coche oscuro de antes continúa detrás de nosotros. ¡Joder! ¿Es ese? Intento ver algo detrás delparabrisas tintado para distinguir quién conduce, pero no consigo ver nada.—Mantén la vista en la carretera, nena —me dice Christian suavemente, nada que ver con el tonomalhumorado que suele utilizar cuando conduzco yo.¡Contrólate!, me regaño mentalmente para dominar el terror que amenaza con apoderarse de mí. Supongoque quien quiera que nos esté siguiendo irá armado… ¿Armado y a por Christian? ¡Mierda! Me invade unaoleada de náuseas.—¿Cómo sabes que nos están siguiendo? —Mi voz es un susurro entrecortado y chillón.—El Dodge que tenemos detrás lleva matrículas falsas.¿Y cómo puede saber eso?Pongo el intermitente cuando nos acercamos a la incorporación al puente. Es última hora de la tarde yaunque ha parado la lluvia, la carretera está húmeda. Por suerte el tráfico es bastante fluido.La voz de Ray resuena en mi cabeza recordándome algo que me dijo en una de mis muchas clases deautodefensa: «El pánico es lo que te puede matar o hacer que sufras heridas graves, Annie». Inspiro hondointentando controlar mi respiración. Quien quiera que nos esté siguiendo va a por Christian. Cuando inspirode nuevo profunda y tranquilizadoramente mi mente empieza a aclararse y el estómago se me asienta. Tengoque proteger a Christian. Quería conducir este coche y quería hacerlo muy rápido. Bueno, pues esta es mioportunidad. Agarro con fuerza el volante y echo un último vistazo al retrovisor. El Dodge está más cerca.Freno de repente, ignorando la mirada llena de pánico de Christian, e intento elegir bien el momento deentrada en el puente de la 520 con la intención de que el Dodge tenga que reducir la velocidad y parar paraesperar un hueco en el tráfico antes de seguirnos. Cambio de marcha y piso a fondo. El R8 sale disparadohacia delante, haciéndonos a ambos chocar con el respaldo de los asientos. El indicador de velocidad subehasta los ciento veinte kilómetros por hora.—Tranquila, nena —dice Christian con calma, aunque estoy segura de que él está cualquier cosa menos

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