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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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de la música.Madre mía…—Creo que ella sabe cuidarse solita —grita el gigante rubio mientras se toca la mejilla donde le heabofeteado. De repente, sin previo aviso, Christian le da un puñetazo. Es como si lo estuviera viendo todo acámara lenta. Un puñetazo perfectamente dirigido a la barbilla y a tal velocidad (aunque con el gasto mínimode energía) que el gigante rubio ni siquiera lo ve venir. Aterriza en el suelo como un saco de arena.¡Joder!—¡Christian, no! —chillo asustada, poniéndome delante de él para frenarle. Mierda, es capaz de matarlo—.¡Ya le he golpeado yo! —le grito por encima de la música.Christian ni siquiera me mira; tiene la vista clavada en el hombre rubio con una maldad que nunca anteshabía visto en su mirada. Bueno, tal vez una vez: cuando Jack Hyde se propasó conmigo.Las otras personas de la pista de baile se apartan como las ondas de un estanque, abriendo un espacio anuestro alrededor y manteniéndose a una distancia prudencial. El gigante rubio se pone de pie en el mismomomento en que llega Elliot para reunirse con nosotros.¡Oh, no! Kate está a mi lado, mirándonos a todos con la boca abierta. Elliot agarra a Christian del brazo yEthan aparece también.—Tranquilos, ¿vale? No tenía mala intención. —El gigante rubio levanta las manos derrotado y se retiraapresuradamente. Christian le sigue con la mirada hasta que sale de la pista de baile. Continúa sin mirarme.La canción cambia: pasa de la letra explícita de «Sexy Bitch» a un tema de baile tecno y repetitivo, con unamujer que canta con una voz vehemente. Elliot me mira a mí, después a Christian, y decide por fin soltarle elbrazo y llevarse a Kate para bailar con ella. Yo le rodeo el cuello con los brazos a Christian y él por finestablece contacto visual conmigo, con los ojos todavía ardiendo de una forma primitiva y feroz. Un destellode adolescente con ganas de pelea. Madre mía…Me examina la cara.—¿Estás bien? —pregunta por fin.—Sí. —Me froto la palma intentando que desaparezca el escozor y le acaricio el pecho.Me late la mano. Nunca antes le había dado una bofetada a nadie. ¿Qué mosca me habrá picado? Quealguien me toque sin permiso no es un crimen contra la humanidad, ¿no?Pero en el fondo sé por qué le he dado la bofetada; instintivamente he sabido cómo iba a reaccionarChristian al ver a un extraño poniéndome las manos encima. Sabía que eso le haría perder su valiosoautocontrol. Y pensar que un don nadie cualquiera puede sacar de quicio a mi marido, a mi amor, me hapuesto hecha una furia. Una verdadera furia.—¿Quieres sentarte? —me pregunta Christian por encima del ritmo machacón.Oh, vuelve conmigo, por favor.—No. Baila conmigo.Me mira inescrutable y no dice nada.Tócame… canta la mujer.—Baila conmigo —repito. Sigue furioso—. Baila. Christian, por favor. —Le cojo las manos.Christian vuelve a mirar al sitio por donde se ha ido ese tío, pero yo empiezo a moverme contra su cuerpo y

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