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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—Solo quiero que sepas que te estoy agradecida.—Anastasia, esas son las cosas que yo hago. —Su expresión es seria. Claro, Christian siempre al mando yejerciendo el control. ¿Cómo he podido olvidarlo? ¿Le querría de otra forma?Sonrío.—Claro.Me mira confuso y después niega con la cabeza.—¿Nos vamos?—Voy a lavarme los dientes.Sonríe burlón.—Vale.¿Por qué sonríe así? Esa sonrisa me persigue mientras me dirijo al baño. Un recuerdo aparece sin avisar enmi mente. Usé su cepillo de dientes cuando pasé aquí la primera noche con él. Ahora soy yo la que sonríeburlona y cojo su cepillo en recuerdo de aquella vez. Me miro en el espejo mientras me lavo los dientes.Estoy pálida, demasiado. Pero siempre estoy pálida. La última vez que estuve aquí estaba soltera y ahora yaestoy casada, ¡a los veintidós! Me estoy haciendo vieja. Me enjuago la boca.Levanto la muñeca y la agito un poco; los colgantes de la pulsera producen un alegre tintineo. ¿Cómo sabemi <strong>Cincuenta</strong> cuál es siempre el regalo perfecto? Inspiro hondo intentando contener todas las emociones quetodavía siento pululando por mi sistema y admiro de nuevo la pulsera. Estoy segura de que le ha costado unafortuna. Oh, bueno… Se lo puede permitir.Cuando vamos de camino a los ascensores, Christian me coge la mano, me da un beso en los nudillos yacaricia con el pulgar el colgante de Charlie Tango de mi pulsera.—¿Te gusta?—Más que eso. La adoro. Muchísimo. Como a ti.Sonríe y vuelve a besarme los nudillos. Me siento algo mejor que ayer. Tal vez es porque ahora es por lamañana y el mundo parece un lugar que encierra un poco más de esperanza de la que se veía en medio de lanoche. O tal vez es por el despertar tan dulce que me ha dedicado mi marido. O porque sé que Ray no estápeor.Cuando entramos en el ascensor vacío, miro a Christian. Él me mira también y vuelve a sonreírburlonamente.—No —me susurra cuando se cierran las puertas.—¿Que no qué?—No me mires así.—«¡Que le den al papeleo!» —murmuro recordando y sonrío.Él suelta una carcajada; es un sonido tan infantil y despreocupado… Me atrae hacia sus brazos y me echaatrás la cabeza.—Algún día voy a alquilar este ascensor durante toda una tarde.—¿Solo una tarde? —pregunto levantando una ceja.—Señora Grey, es usted insaciable.—Cuando se trata de ti, sí.

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