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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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mano, aunque «vestido» tal vez sea demasiado decir. No tiene espalda y es muy corto, pero Mia ha decididoque es ideal y que es perfecto para bailar toda la noche. Por lo que se ve también necesito zapatos y un collarllamativo; ahora vamos en su busca. Pongo los ojos en blanco y me alegro una vez más de la suerte que tengopor contar con Caroline Acton, mi asesora personal de compras.De repente veo a Elliot a través del escaparate. Ha aparecido al otro lado de la arbolada calle principal ysale de un Audi grande. Entra en una tienda como para refugiarse de la lluvia. Parece una joyería… tal vezsea haya ido a comparar la pila para su reloj. Sale a los pocos minutos. Pero ya no va solo: va con una mujer.¡Joder! Es Gia. ¡Está hablando con Gia! ¿Qué demonios está haciendo ella aquí?Mientras les observo, se dan un abrazo breve y ella echa atrás la cabeza para reírse animadamente de algoque él ha dicho. Elliot le besa en la mejilla y después corre al coche que le espera. Ella se gira y baja por lacalle. Yo me quedo mirándola con la boca abierta. ¿De qué va eso? Me giro nerviosa hacia los probadores,pero todavía no hay señales de Kate ni de Mia. Después me fijo en Taylor, que sigue esperando en el exteriorde la tienda. Ve que le estoy mirando y se encoge de hombros. Él también ha presenciado ese breveencuentro. Me ruborizo, avergonzada porque me han pillado espiando. Me vuelvo y Kate y Mia emergen delprobador, ambas riendo. Kate me mira inquisitiva.—¿Qué pasa, Ana? —me pregunta—. ¿Te has echado atrás con lo del vestido? Estás sensacional con él.—Mmm… No.—¿Estás bien? —Kate abre mucho los ojos.—Estoy bien, ¿pagamos? —Me encamino a la caja, donde me uno a Mia, que ha elegido dos faldas.—Buenas tardes, señora. —La joven dependienta (que lleva más brillo en los labios del que yo he visto enmi vida reunido en un solo sitio) me sonríe—. Son ochocientos cincuenta dólares.¿Qué? ¿Por este trozo de tela? Parpadeo y le doy dócilmente mi American Express negra.—Gracias, señora Grey —canturrea la señorita Brillo de Labios.Durante las dos horas siguientes sigo a Kate y a Mia totalmente aturdida, manteniendo todo el tiempo unalucha conmigo misma. ¿Debería decírselo a Kate? Mi subconsciente niega con la cabeza firmemente. Sí,debería decírselo. No, mejor no. Puede haber sido simplemente un encuentro fortuito. Mierda. ¿Qué debohacer?—¿Te gustan los zapatos, Ana? —Mia tiene los brazos en jarras.—Mmm… Sí, claro.He acabado con un par de zapatos de Manolo Blahnik imposiblemente altos y con tiras que parecen hechasde cristal de espejo. Quedan perfectos con el vestido y solo le cuestan a Christian más de mil dólares. Tengosuerte con la larga cadena de plata que Kate insiste en que me compre: solo vale ochenta y cuatro dólares denada.—¿Empiezas a acostumbrarte a tener dinero? —me pregunta Kate sin mala intención cuando vamos decamino al coche. Mia se ha adelantado un poco.—Ya sabes que yo no soy así, Kate. Todo esto me hace sentir incómoda. Pero si no me han informadomal, va con el lote. —La miro con los labios fruncidos y ella me rodea con un brazo.—Te acostumbrarás, Ana —me dice para animarme—. Y vas a estar genial.

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