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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—Ana —responde con la voz fría.—Hola.Inspira despacio.—Hola —dice en voz baja.—¿Vas a venir a casa?—Luego.—¿Estás en la oficina?—Sí. ¿Dónde esperabas que estuviera?Con ella…—Será mejor que te deje, entonces.Ambos nos quedamos callados y en la línea solo se oye silencio entre nosotros dos.—Buenas noches, Ana —dice él por fin.—Buenas noches, Christian.Y cuelga.Oh, mierda. Miro mi BlackBerry. No sé qué espera que haga. No le voy a dejar pasar por encima de mí.Sí, está furioso, vale. Yo también estoy furiosa. Pero tenemos la situación que tenemos. Yo no he salidocorriendo en busca de mi ex amante pedófila. Quiero que reconozca que esa no es una forma aceptable decomportarse.Me acomodo en la silla, miro las mesas de billar de la biblioteca y recuerdo los buenos tiempos cuandojugábamos al billar. Me pongo la mano sobre el vientre. Tal vez simplemente es demasiado pronto. Tal vezesto no deba pasar… Y mientras lo pienso, veo a mi subconsciente gritando: ¡no! Si interrumpo esteembarazo, nunca podré perdonarme a mí misma… ni a Christian.—Oh, Bip, ¿qué nos has hecho? —No soy capaz de hablar con Kate ahora mismo. No soy capaz de hablarcon nadie. Le escribo un mensaje y le prometo que la llamaré pronto.A las once ya no puedo mantener los párpados abiertos. Resignada, me dirijo a mi antigua habitación. Meacurruco debajo de la colcha y finalmente lo dejo salir todo, llorando contra la almohada con grandes sollozosde dolor muy poco propios de una dama…Me duele la cabeza cuando me levanto. Una luz brillante de otoño entra por las grandes ventanas de mihabitación. Miro el despertador y veo que son las siete y media. Lo primero que pienso es: ¿dónde estáChristian? Me siento y saco las piernas de la cama. En el suelo, al lado de la cama, está la corbata grisplateada de Christian, mi favorita. No estaba ahí cuando me acosté anoche. La recojo y me quedo mirándola,acaricio el material sedoso entre los pulgares y los índices y después la abrazo contra la mejilla. Ha estadoaquí contemplándome mientras dormía. Una chispa de esperanza se enciende en mi interior.La señora Jones está ocupada en la cocina cuando bajo.—Buenos días —me dice alegremente.—Buenos días. ¿Y Christian? —le pregunto.Su sonrisa desaparece.

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