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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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Se acerca rápidamente, me suelta las manos y me agarra por la cintura mientras se agacha para soltarme lostobillos. Yo entierro la cabeza entre las manos y sollozo.—No, no, no, Ana, por favor. No.Me coge en brazos y me lleva a la cama, se sienta y me acaricia en su regazo mientras lloro inconsolable.Estoy sobrepasada… Mi cuerpo está tenso casi hasta el punto de romperse, tengo la mente en blanco y heperdido totalmente el control de mis emociones. Estira la mano detrás de mí, arranca la sábana de seda de lacama de cuatro postes y me envuelve con ella. La sábana fría me parece algo extraño y desagradable sobre mipiel demasiado sensible. Me rodea con los brazos, me abraza con fuerza y me acuna.—Lo siento, lo siento —murmura Christian con voz ronca. No deja de darme besos en el pelo—. Ana,perdóname, por favor.Giro la cara para ocultarla en su cuello y sigo llorando. Siento una liberación catártica. Han pasado tantascosas en los últimos días: incendios en salas de ordenadores, persecuciones en la carretera, carreras que hanplaneado otros por mí, arquitectas putonas, lunáticos armados en el piso, discusiones, la ira de Christian y suviaje. No quiero que Christian se vaya… Utilizo la esquina de la sábana para limpiarme la nariz ygradualmente vuelvo a oír los tonos clínicos de Bach que siguen resonando en la habitación.—Apaga la música, por favor —le pido sorbiendo por la nariz.—Sí, claro. —Christian se mueve, sin soltarme, saca el mando a distancia del bolsillo de atrás de losvaqueros, pulsa un botón y la música de piano cesa y ya solo se oye mi respiración temblorosa—. ¿Mejor? —me pregunta.Asiento y mis sollozos se van calmando. Christian me enjuga las lágrimas tiernamente con el pulgar.—No te gustan mucho las Variaciones Goldberg de Bach, ¿eh? —me dice.—No esas en concreto.Me mira intentando ocultar la vergüenza que siente, pero fracasa estrepitosamente.—Lo siento —vuelve a decir.—¿Por qué has hecho eso? —Apenas se me oye. Sigo tratando de procesar el torbellino de pensamientos yemociones que siento.Niega con la cabeza tristemente y cierra los ojos.—Me he dejado llevar por el momento —dice de forma poco convincente.Frunzo el ceño y él suspira.—Ana, la negación del orgasmo es una práctica estándar en… Tú nunca… —No acaba la frase.Me revuelvo en su regazo y él hace una mueca de dolor.Oh. Me ruborizo.—Perdona —le susurro.Él pone los ojos en blanco y se echa hacia atrás de repente, arrastrándome con él para que quedemos losdos tumbados en la cama conmigo en sus brazos. El sujetador me resulta incómodo y me lo ajusto un poco.—¿Te ayudo? —me pregunta en voz baja.Niego. No quiero que me toque los pechos. Cambia de postura para poder mirarme. Levanta una mano conprecaución y la lleva hasta mi cara para acariciarme con los dedos. Se me vuelven a llenar los ojos delágrimas. ¿Cómo puede ser tan insensible a veces y tan tierno otras?

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