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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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sido mucho menos que agradable ante esta nueva vida, pero sigue siendo carne de tu carne. Puedes hacer estoconmigo, o lo haré yo sola. La decisión es tuya. Y mientras te revuelcas en el pozo de autocompasión y odiopor ti mismo, yo me voy a trabajar. Y cuando vuelva, me llevaré mis pertenencias a la habitación de arriba.Él me mira y parpadea, perplejo.—Ahora, si me disculpas, me gustaría terminar de vestirme. —Estoy respirando con dificultad.Muy lentamente Christian da un paso atrás y su actitud se endurece.—¿Eso es lo que quieres? —me susurra.—Ya no sé lo que quiero. —Mi tono es igual que el suyo y necesito hacer un esfuerzo monumental parafingir desinterés mientras me unto los dedos con crema hidratante y me la extiendo por la cara. Me miro en elespejo: los ojos azules muy abiertos, la cara pálida y las mejillas ruborizadas. Lo estás haciendo muy bien. Note acobardes ahora. No te acobardes.—¿Ya no me quieres? —me susurra.Oh, no… Oh, no, Grey.—Todavía estoy aquí, ¿no? —exclamo. Cojo el rimel y me doy un poco primero en el ojo derecho.—¿Has pensado en dejarme? —Casi no oigo sus palabras.—Si tu marido prefiere la compañía de su ex ama a la tuya, no es una buena señal. —Consigo ponerle elnivel justo de desdén a la frase y evitar su pregunta.Ahora brillo de labios. Hago un mohín con los labios brillantes a la imagen del espejo. Aguanta, Steele…eh, quiero decir, Grey… Vaya, ya no me acuerdo ni de mi nombre. Cojo las botas, voy hasta la cama una vezmás y me las pongo rápidamente, subiendo la cremallera de un tirón por encima de las rodillas. Sí. Estoy sexysolo con la ropa interior y las botas. Lo sé. Me pongo de pie y le miro con frialdad. Él parpadea y sus ojosrecorren rápida y ávidamente mi cuerpo.—Sé lo que estás haciendo —murmura, su voz ha adquirido un tono cálido y seductor.—¿Ah, sí? —Y se me quiebra la voz. No, Ana… Aguanta.Él traga saliva y da un paso hacia mí. Yo doy un paso atrás y levanto las manos.—Ni se te ocurra, Grey —susurro amenazadora.—Eres mi mujer —me dice en voz baja, y es casi una amenaza también.—Soy la mujer embarazada a la que abandonaste ayer, y si me tocas voy a gritar hasta que venga alguien.Levanta las cejas, incrédulo.—¿Vas a gritar?—Voy a gritar que me quieres matar —digo entrecerrando los ojos.—Nadie te oirá —murmura con la mirada intensa. Me recuerda brevemente a nuestra mañana en Aspen.No. No. No.—¿Estás intentando asustarme? —digo sin aliento, intentando deliberadamente desconcertarle.Funciona. Se queda quieto y traga saliva.—No era esa mi intención —asegura y frunce el ceño.Casi no puedo respirar. Si me toca, sucumbiré. Sé el poder que tiene sobre mí y sobre mi cuerpo traidor. Losé y tengo que aferrarme a esta furia.—Me tomé unas copas con una persona a la que estuve unido hace tiempo. Arreglamos nuestros

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