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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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4Estoy inquieta. Christian lleva encerrado en el estudio del barco más de una hora. He intentado leer, ver latelevisión, tomar el sol (completamente vestida…), pero no puedo relajarme y tampoco librarme de estenerviosismo. Me cambio para ponerme unos pantalones cortos y una camiseta, me quito la pulseraescandalosamente cara y voy en busca de Taylor.—Señora Grey —me saluda levantando la vista de su novela de Anthony Burgess, sorprendido. Estásentado en la salita que hay junto al estudio de Christian.—Me gustaría ir de compras.—Sí, señora —dice poniéndose en pie.—Quiero llevarme la moto de agua.Se queda boquiabierto.—Eh… —Frunce el ceño; no sabe qué decirme.—No quiero molestar a Christian con esto.Él contiene un suspiro.—Señora Grey… Mmm… No creo que al señor Grey le guste eso y yo preferiría no perder mi trabajo.¡Oh, por todos los santos…! Tengo ganas de poner los ojos en blanco, pero en vez de eso, los entorno ysuspiro profundamente para expresar, espero, la cantidad adecuada de indignación frustrada por no ser ladueña de mi propio destino. Pero no quiero que Christian se enfade con Taylor (ni conmigo, la verdad). Pasodelante de él caminando confiadamente, llamo a la puerta del estudio y entro.Christian está al teléfono, inclinado sobre el escritorio de caoba. Levanta la vista.—Andrea, ¿puedes esperar un momento, por favor? —dice por el teléfono con expresión seria. Me miraeducadamente expectante. Mierda. ¿Por qué me siento como si estuviera en el despacho del director? Estehombre me tuvo esposada ayer. Me niego a sentirme intimidada por él. Es mi marido, maldita sea. Me yergoy le muestro una amplia sonrisa.—Me voy de compras. Me llevaré a alguien de seguridad conmigo.—Bien, llévate a uno de los gemelos y también a Taylor —me dice. Lo que está pasando debe de ser serioporque no me hace ninguna objeción. Me quedo de pie mirándole, preguntándome si puedo ayudar en algo—. ¿Algo más? —añade impaciente. Quiere que me vaya.—¿Necesitas que te traiga algo? —le pregunto.Él me dedica una sonrisa dulce y tímida.—No, cariño, estoy bien. La tripulación se ocupará de mí.—Vale. —Quiero darle un beso. Demonios, puedo hacerlo… ¡Es mi marido! Me acerco decidida y le doyun beso en los labios, lo que le sorprende.—Andrea, te llamo luego —dice por el teléfono. Deja la BlackBerry en el escritorio, me acerca a él paraabrazarme y me da un beso apasionado. Cuando me suelta, estoy sin aliento. Me mira con los ojos oscuros y

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