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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—Muchas cosas —digo mientras dejo que me lleve hasta el sofá.—Siéntate —me ordena. Hay cosas que no cambian, me digo, pero hago lo que me pide. Christian sesienta a mi lado, se inclina hacia delante y apoya la cabeza en las manos.Oh, no. ¿Esto es demasiado duro para él? Pero entonces se incorpora, se pasa las dos manos por el pelo yse vuelve hacia mí expectante y aceptando su destino.—Pregunta —me dice directamente.Oh. Bueno, esto va a ser más fácil de lo que creía.—¿Por qué le has puesto seguridad adicional a tu familia?—Hyde también era una amenaza para ellos.—¿Cómo lo sabes?—Por su ordenador. Tenía detalles personales míos y del resto de mi familia. Sobre todo de Carrick.—¿Carrick? ¿Y por qué?—Todavía no lo sé. Vámonos a la cama.—¡Christian, dímelo!—¿Que te diga qué?—Eres tan… irritante.—Y tú también. —Me mira fijamente.—No aumentaste la seguridad cuando descubriste la información sobre tu familia en el ordenador. ¿Quépasó para que lo hicieras? ¿Por qué aumentarla ahora y no antes?Christian entorna los ojos.—No sabía que iba a intentar quemar mi edificio ni que… —Se detiene—. Creíamos que no era más queuna obsesión desagradable. Ya sabes —dice encogiéndose de hombros—, cuando estás expuesto a los ojosde la gente, la gente se interesa por ti. Eran cosas sueltas: noticias de cuando estaba en Harvard sobre elequipo de remo o de mi carrera. Informes sobre Carrick, siguiendo su carrera y la de mi madre, y tambiéncosas de Elliot y de Mia.Qué raro…—Has dicho «ni que»… —le interrogo.—¿«Ni que» qué?—Has dicho que no sabías que iba a intentar quemar tu edificio ni que…, como si tuvieras intención deañadir algo más.—¿Tienes hambre?¿Qué? Le miro con el ceño fruncido y mi estómago protesta.—¿Has comido algo hoy? —me pregunta con voz dura y ojos gélidos.El rubor de mis mejillas me traiciona.—Me lo temía. Ya sabes lo que pienso de que no comas. Ven —me dice a la vez que se pone de pie y metiende la mano—. Yo te daré de comer. —Y su tono cambia de nuevo. Ahora está lleno de una promesasensual.—¿Darme de comer? —le pregunto. Todo lo que hay por debajo de mi ombligo se acaba de convertir enlíquido. Maldita sea. Es la típica distracción para que dejemos el tema. ¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que voy

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