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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—No me voy a ir a ninguna parte.—Como quieras.—Ana, por favor.Entro en la ducha y eso bloquea eficazmente su voz. Oh, qué calentita. El agua curativa cae sobre micuerpo y me limpia el cansancio de la noche de la piel. Oh, Dios mío. Qué bien me sienta esto. Durante unmomento, un breve momento, puedo fingir que todo está bien. Me lavo el pelo y para cuando termino mesiento mejor, más fuerte, lista para enfrentarme al tren de mercancías que es Christian Grey. Me envuelvo elpelo en una toalla, me seco rápidamente con otra y me envuelvo en ella.Quito el pestillo y abro la puerta. Christian está apoyado contra la pared de enfrente, con las manos detrásde la espalda. Su expresión es cautelosa; la de un depredador cazado. Paso a su lado y entro en el vestidor.—¿Me estás ignorando? —me pregunta Christian incrédulo, de pie en el umbral del vestidor.—Qué perspicaz —murmuro distraídamente mientras busco algo que ponerme. Ah, sí: mi vestido colorciruela. Lo descuelgo de la percha, cojo las botas altas negras con los tacones de aguja y me doy la vueltapara volver al dormitorio. Me quedo parada, esperando a que Christian se aparte de mi camino. Por fin, lohace; sus buenos modales intrínsecos pueden con todo lo demás. Siento que sus ojos me atraviesan mientrasvoy hacia la cómoda y le miro por el espejo. Sigue de pie en el umbral del vestidor, observándome. En unaactuación digna de un Oscar, dejo caer la toalla al suelo y finjo que no me doy cuenta de que estoy desnuda.Oigo su respingo ahogado y lo ignoro.—¿Por qué haces esto? —me pregunta. Su voz sigue siendo baja.—¿Tú por qué crees? —Mi voz es suave como el terciopelo mientras saco unas bonitas bragas negras deLa Perla.—Ana… —Se detiene mientras me pongo las bragas.—Vete y pregúntale a tu señora Robinson. Seguro que ella tendrá una explicación para ti —murmuromientras busco el sujetador a juego.—Ana, ya te lo he dicho, ella no es mi…—No quiero oírlo, Christian —le digo agitando una mano, indiferente—. El momento de hablar era ayer,pero en vez de hablar conmigo decidiste gritarme y después ir a emborracharte con la mujer que abusó de tidurante años. Llámala. Seguro que ella estará más dispuesta a escucharte que yo. —Encuentro el sujetador ajuego, me lo pongo lentamente y lo abrocho. Entra en el dormitorio y pone las manos en jarras.—Y tú ¿por qué me espías? —me dice.A pesar de mi resolución, no puedo evitar sonrojarme.—No estamos hablando de eso, Christian —le respondo—. El hecho es que, cada vez que las cosas seponen difíciles, tú te vas corriendo a buscarla.Su boca forma una línea sombría.—No fue así.—No me interesa. —Saco un par de medias hasta el muslo con el extremo de encaje y camino hacia lacama. Me siento, estiro el pie y lentamente voy subiendo la delicada tela por la pierna hasta el muslo.—¿Dónde estabas? —me pregunta mientras sus ojos siguen la ascensión de mis manos por la pierna, peroyo continúo ignorándole mientras desenrollo la otra media.

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