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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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cogidos de la mano.—Impresionado —contesta Carrick, arrugando la frente y con cara seria—. Recuerda tantas cosas de suvida con su madre biológica… Ojalá no recordara tantas. Pero eso… —Se detiene—. Espero que hayamospodido ayudarle. Me alegro de que nos llamara. Ha dicho que ha sido sugerencia tuya. —La mirada deCarrick se suaviza. Me encojo de hombros y tomo un breve sorbo de champán—. Eres muy buena para él.Normalmente no escucha a nadie.Frunzo el ceño. No creo que eso sea cierto. El espectro de la bruja aparece inoportunamente y su sombra esalargada en mi mente. Y sé que Christian habla con Grace, también. Le he oído. Vuelvo a sentir frustración alintentar recordar su conversación en el hospital, que sigue escapándose entre mis dedos cuando intentoagarrarla.—Vamos a sentarnos, Ana. Pareces cansada. Estoy seguro de que no esperabas que apareciéramos todosaquí esta noche.—Me alegro de veros a todos. —Sonrío. Es cierto, me alegro. Soy una hija única que se ha casado con unafamilia grande y gregaria, y eso me encanta. Me acurruco al lado de Christian.—Un sorbo —me dice entre dientes, y me quita la copa de la mano.—Sí, señor. —Aleteo las pestañas y eso le desarma completamente. Me rodea los hombros con el brazo yvuelve a su conversación sobre béisbol con Elliot y Ethan.—Mis padres creen que eres milagrosa —me dice Christian mientras se quita la camiseta.Estoy hecha un ovillo en la cama, disfrutando del espectáculo.—Por lo menos tú sabes que no es verdad. —Río entre dientes.—Oh, yo no sé nada. —Se quita los vaqueros.—¿Han podido ayudarte a rellenar las lagunas?—Algunas. Viví con los Collier durante dos meses mientras mi madre y mi padre esperaban el papeleo. Yales habían aprobado para la adopción gracias a Elliot, pero la ley obliga a esperar para asegurarse de que nohay ningún pariente vivo que quiera reclamar la custodia.—¿Y cómo te hace sentir eso? —le susurro.Frunce el ceño.—¿No tener parientes vivos? Me importa una mierda. Si se parecían a la puta adicta al crack… —Niegacon la cabeza con asco.¡Oh, Christian! Eras un niño y querías a tu madre.Se pone el pantalón del pijama, se mete en la cama y me atrae hacia sus brazos.—Empiezo a recordar. Recuerdo la comida. La señora Collier cocinaba bien. Y al menos ahora sabemospor qué ese cabrón estaba tan obsesionado con mi familia. —Se pasa la mano libre por el pelo—. ¡Joder! —exclama y se gira de repente para mirarme.—¿Qué?—¡Ahora tiene sentido! —Tiene la mirada llena de comprensión.—¿Qué?—Pajarillo. La señora Collier solía llamarme «pajarillo».

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