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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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calientes pero no quiero arriesgarme a que Christian vuelva a quemarse. Me las va dando lentamente y,cuando termino, le chupo los dedos para limpiárselos.—¿Más? —me pregunta con voz baja y ronca.Niego con la cabeza. Estoy llena.—Bien —me susurra al oído—, porque ha llegado la hora de mi plato favorito. Tú. —Me coge en susbrazos por sorpresa y yo chillo.—¿Puedo quitarme el pañuelo de los ojos?—No.Estoy a punto de hacer un mohín, pero recuerdo su amenaza y me reprimo.—Al cuarto de juegos —me avisa.Oh, no sé si eso es una buena idea…—¿Lista para el desafío? —me pregunta. Y como ya se ha acostumbrado a la palabra «desafío» no puedonegarme.—Allá vamos… —le respondo con el cuerpo lleno de deseo y de algo a lo que no quiero ponerle nombre.Cruza la puerta de la cocina conmigo en brazos y después subimos al piso de arriba.—Creo que has adelgazado —dice con desaprobación. ¿Ah, sí? Bien. Recuerdo su comentario cuandollegamos de la luna de miel y lo poco que me gustó. Dios, ¿ya ha pasado una semana?Cuando llegamos al cuarto de juegos me baja pero sigue rodeándome la cintura con el brazo. Abre lapuerta con destreza.Esa habitación siempre huele igual: a madera pulida y a algo cítrico. Se ha convertido en un olor que meresulta tranquilizador. Christian me suelta y me gira hasta que quedo de espaldas a él. Me quita el pañuelo yyo parpadeo ante la tenue luz. Desprende las horquillas del moño y mi trenza cae. Me la coge y tira un pocopara que tenga que dar un paso atrás y pegarme a él.—Tengo un plan —me susurra al oído, y eso provoca que un estremecimiento me recorra la espalda.—Eso pensaba —le respondo. Me da un beso detrás de la oreja.—Oh, señora Grey, claro que lo tengo. —Su tono es suave y cautivador. Tira de la trenza hacia un lado yme recorre la garganta con suaves besos—. Primero tenemos que desnudarte. —Su voz ronronea desde lomás profundo de su garganta y reverbera por todo mi cuerpo. Quiero esto, lo que sea que haya planeado.Quiero que volvamos a conectar. Me gira para que le mire. Yo bajo la mirada hasta sus vaqueros, que todavíatienen el primer botón desabrochado, y no puedo resistirme. Meto el dedo por debajo de la cintura, evitandola camiseta y siento que el vello de su vientre me hace cosquillas en el nudillo. Él inhala bruscamente y yolevanto la vista para mirarle. Me paro en el botón desabrochado y sus ojos adoptan un tono más oscuro degris. Oh, madre mía…—Tú deberías quedarte con estos puestos —le susurro.—Esa era mi intención, Anastasia.Y entonces se mueve y me pone una mano en la nuca y otra en el culo. Me aprieta contra él y su boca secierra sobre la mía besándome como si su vida dependiera de ello.¡Uau!Me obliga a caminar hacia atrás, con nuestras lenguas todavía entrelazadas, hasta que noto la cruz de

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