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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—¿Luke?—Se llama a así.Intento mirar a Christian y veo que me está atravesando con la mirada como si estuviera loca.—¡La vista en la carretera! —exclama.Ignoro su tono.—Luke Sawyer.—¡Sí! —Suena irritado.—Ah. —¿Cómo puedo no saber eso? Ese hombre lleva acompañándome al trabajo seis semanas y nisiquiera sabía su nombre.—Es mi nombre, señora —dice Sawyer y me sobresalta aunque habla con la voz tranquila y monótona desiempre—. El Sudes está bajando por Stewart, señor. Vuelve a aumentar la velocidad.—Vamos, Ana. Menos charla —gruñe Christian.—Estamos parados en el primer semáforo de Stewart —nos informa Sawyer.—Ana, rápido, por aquí —grita Christian señalando un aparcamiento subterráneo en el lado sur de BorenAvenue. Giro y las ruedas protestan con un chirrido cuando doy un volantazo para entrar en el aparcamientoabarrotado.—Da una vuelta, rápido —ordena Christian. Conduzco todo lo rápido que puedo hacia el fondo, donde nose nos vea desde la carretera—. ¡Ahí! —Christian me señala una plaza de aparcamiento. ¡Mierda! Quiere queaparque. ¡Maldita sea!— Hazlo, joder —dice.Y yo… lo hago perfectamente. Creo que es la única vez en mi vida que he logrado aparcar perfectamente.—Estamos escondidos en un aparcamiento entre Stewart y Boren —le dice Christian a Sawyer por laBlackBerry.—Bien, señor. —Sawyer suena irritado—. Quédense donde están. Nosotros seguiremos al Sudes.Christian se gira hacia mí y examina mi cara.—¿Estás bien?—Sí —le digo en un susurro.Christian sonríe.—El que conduce el Dodge no puedo oírnos, ¿sabes?Yo me echo a reír.—Estamos pasando por la intersección de Stewart y Boren, señor. Veo el aparcamiento. El Sudes hapasado por delante y sigue conduciendo, señor.Los dos hundimos los hombros a la vez por el alivio.—Muy bien, señora Grey. Has conducido genial. —Christian me acaricia tiernamente la mejilla con lasyemas de los dedos y yo doy un salto al sentir su contacto e inspiro bruscamente. No me había dado cuentade que estaba conteniendo la respiración.—¿Eso significa que vas a dejar de quejarte de mi forma de conducir? —le pregunto. Ríe con una risafuerte y catártica.—No será para tanto.—Gracias por dejarme conducir tu coche. Sobre todo en unas circunstancias tan emocionantes. —Intento

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