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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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Suspira y hace un mohín. Parece un adolescente enfurruñado.—Tenía que intentarlo —murmura.—¿Cuánto tiempo estarás fuera?—Un par de días a lo sumo. Me gustaría que me dijeras lo que te preocupa.¿Cómo puede saberlo?—Bueno, ahora mi amado esposo se aleja de mí…Christian me da un beso en los nudillos.—No estaré fuera mucho tiempo.—Bien —le digo con una sonrisa débil.Ray está más animado y menos gruñón esta vez. Me conmueve su gratitud silenciosa hacia Christian ydurante un momento, mientras estoy sentada oyéndoles hablar de pesca y de los Mariners, olvido las noticiasque tengo que darle a mi marido. Pero Ray se cansa muy rápido.—Papá, nos vamos para que puedas dormir.—Gracias, Ana, cariño. Me alegro de que hayáis venido. He visto a tu madre hoy también, Christian. Meha tranquilizado mucho. Y también es una fan de los Mariners.—Pero no le gusta mucho la pesca —dice Christian mientras se levanta.—No conozco a muchas mujeres a las que les guste, ¿sabes? —dice Ray sonriendo.—Te veo mañana, ¿vale? —Le doy un beso. Mi subconsciente frunce los labios: Eso si Christian no teencierra en casa… o algo peor. Se me cae el alma a los pies.—Vamos. —Christian me tiende la mano y me mira con el ceño fruncido. Yo le doy la mano y salimos delhospital.Picoteo la comida. Es el delicioso estofado de pollo de la señora Jones, pero no tengo hambre. Noto elestómago hecho un nudo y convertido en una bola de nervios.—¡Maldita sea, Ana! ¿Vas a decirme lo que te pasa? —Christian aparta su plato vacío, irritado. Yo solo lemiro—. Por favor. Me está volviendo loco verte así.Trago saliva intentando reprimir el pánico que me atenaza la garganta. Inspiro hondo para calmarme. Esahora o nunca.—Estoy embarazada.Él se queda petrificado y lentamente el color va abandonando su cara.—¿Qué? —susurra con la cara cenicienta.—Estoy embarazada.Arruga la frente por la incomprensión.—¿Cómo?¿Cómo que cómo? ¿Qué pregunta ridícula es esa? Me sonrojo y le dedico una mirada extrañada que dice:«¿Y tú cómo crees?».La expresión de su cara cambia inmediatamente y sus ojos se convierten en pedernal.—¿Y la inyección? —gruñe.

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