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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—¿Por qué tardan tanto? —digo para nadie en particular y doy un sorbo.Papá… Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien…—Sabremos algo pronto, Ana —me dice José para tranquilizarme.Asiento y doy otro sorbo. Vuelvo a sentarme a su lado. Esperamos… y esperamos. El señor Rodrígueztiene los ojos cerrados porque está rezando, creo, y José me coge de la mano y le da un apretón de vez encuando. Voy bebiendo mi té poco a poco. No es Twinings, sino una marca barata y mala, y está asqueroso.Recuerdo la última vez que me senté a esperar noticias. La última vez que pensé que todo estaba perdido,cuando Charlie Tango desapareció. Cierro los ojos y rezo una oración internamente para que mi marido tengaun viaje seguro. Miro el reloj: las 2.15 de la tarde. Debería llegar pronto. El té está frío, ¡puaj!Me levanto y paseo un poco. Después me siento otra vez. ¿Por qué no han venido los médicos a verme?Le cojo la mano a José y él vuelve a apretármela tranquilizador. Por favor, que esté bien; por favor, que estébien…El tiempo pasa muy despacio.De repente se abre la puerta y todos miramos expectantes. A mí se me hace un nudo en el estómago otravez. ¿Ya está?Christian entra en la sala. Su cara se oscurece momentáneamente cuando ve que José me está cogiendo lamano.—¡Christian! —exclamo y me levanto de un salto a la vez que le doy gracias a Dios por que haya llegadosano y salvo. Le rodeo con los brazos, entierro la nariz en su pelo e inhalo su olor, su calidez, su amor. Unapequeña parte de mí se siente más tranquila, más fuerte, más capaz de resistir porque él está aquí. Oh, supresencia me ayuda a recuperar la paz mental.—¿Alguna noticia?Niego con la cabeza. No puedo hablar.—José —le saluda con la cabeza.—Christian, este es mi padre, José.—Señor Rodríguez… Nos conocimos en la boda. Por lo que veo usted también estaba ahí cuando ocurrióel accidente.José vuelve a resumir la historia.—¿Y se encuentran lo bastante bien para estar aquí? —pregunta Christian.—No queremos estar en ninguna otra parte —dice el señor Rodríguez con la voz baja y llena de dolor.Christian asiente. Me coge la mano, me obliga a sentarme y se sienta a mi lado.—¿Has comido? —me pregunta.Niego con la cabeza.—¿Tienes hambre?Niego otra vez.—Pero tienes frío —dice al verme con la chaqueta de José.Asiento. Se revuelve en la silla pero no dice nada.La puerta se abre de nuevo y un médico joven con un uniforme azul claro entra en la sala. Parece cansado.Me pongo de pie. Toda la sangre ha abandonado mi cara.

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