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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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tranquilo.Serpenteo entre las dos hileras de tráfico como una pieza negra en un tablero de damas, esquivandoeficazmente coches y camiones. En este puente estamos tan cerca del lago que es como si estuvieraconduciendo sobre el agua. Ignoro a propósito las miradas furiosas o reprobatorias de los otros conductores.Christian se aprieta las manos en el regazo intentando quedarse tan quieto como puede, y a pesar de quetengo la mente funcionando a mil por hora, me pregunto si lo estará haciendo para no distraerme.—Muy bien —dice en un susurro para animarme. Mira para atrás—. Ya no veo el Dodge.—Estamos justo detrás del Sudes, señor Grey. —La voz de Sawyer llega desde el manos libres—. Estáhaciendo todo lo posible por recuperar su posición detrás de ustedes, señor. Nosotros vamos a intentaradelantar y colocarnos entre su coche y el Dodge.¿El Sudes? ¿Qué significa eso?—De acuerdo. La señora Grey lo está haciendo muy bien. A esta velocidad y si el tráfico sigue siendofluido (y por lo que veo lo es) saldremos del puente dentro de unos pocos minutos.—Bien, señor.Pasamos como una exhalación junto a la torre de control del puente y sé que ya hemos pasado la mitad dellago Washington. Compruebo la velocidad y veo que seguimos a ciento veinte.—Lo estás haciendo muy bien, Ana —me dice Christian en un susurro y mira por la ventanilla de atrás delR8. Durante un momento fugaz su tono me recuerda al de nuestro primer encuentro en su cuarto de juegos,cuando me animaba pacientemente para que fuera colaborando en nuestra primera sesión. Como esepensamiento me distrae, lo aparto inmediatamente.—¿Hacia dónde voy? —pregunto bastante tranquila. Ya le he cogido el tranquillo al coche. Da gustoconducirlo, tan suave y tan fácil de manejar que casi no me creo la velocidad que llevamos. En este cocheconducir a esta velocidad parece un juego de niños.—Diríjase a la interestatal 5, señora Grey, y después al sur. Queremos comprobar si el Dodge les siguedurante todo el camino —me dice Sawyer por el manos libres. El semáforo del puente está verde, por suerte,y yo sigo adelante.Miro nerviosamente a Christian y él me sonríe tranquilizador. Después su cara se vuelve seria.—¡Mierda! —gruñe entre dientes.Hay un atasco en cuanto salimos del puente y eso me obliga a frenar. Observo ansiosa por el espejo unavez más y creo ver el Dodge.—¿Unos diez coches por detrás más o menos?—Sí, lo veo —dice Christian echando un vistazo por el espejo retrovisor—. Me pregunto quién demoniosserá…—Yo también. ¿Sabemos si el que conduce es un hombre? —pregunto al equipo de seguridad que meescucha a través de la BlackBerry.—No, señora Grey. Puede ser un hombre o una mujer. Los cristales son demasiado oscuros.—¿Una mujer? —pregunta Christian.Me encojo de hombros.—¿Tu señora Robinson? —sugiero sin apartar los ojos de la carretera.

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