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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—¿Christian? —Busco entre las caras de la habitación a mi marido.—Vendrá dentro de un momento, señora Grey.Un minuto después está a mi lado con un uniforme quirúrgico azul y me coge la mano.—Estoy asustada —le susurro.—No, nena, no. Estoy aquí. No tengas miedo. Mi Ana, mi fuerte Ana no debe tener miedo. —Me da unbeso en la frente y percibo por el tono de su voz que algo va mal.—¿Qué pasa?—¿Qué?—¿Qué va mal?—Nada va mal. Todo está bien. Nena, estás agotada, nada más. —Sus ojos arden llenos de miedo.—Señora Grey, ha llegado el anestesista. Le va a ajustar la epidural y podremos empezar.—Va a tener otra contracción.Todo se tensa en mi vientre como si me lo estrujaran con una banda de acero. ¡Mierda! Le aprieto conmucha fuerza la mano a Christian mientras pasa. Esto es lo agotador: soportar este dolor. Estoy tan cansada…Puedo sentir el líquido de la anestesia extendiéndose, bajando. Me concentro en la cara de Christian. En elceño entre sus cejas. Está tenso. Y preocupado. ¿Por qué está preocupado?—¿Siente esto, señora Grey? —La voz incorpórea de la doctora Greene me llega desde detrás de lacortina.—¿El qué?—¿No lo siente?—No.—Bien. Vamos, doctor Miller.—Lo estás haciendo muy bien, Ana.Christian está pálido. Veo sudor en su frente. Está asustado. No te asustes, Christian. No tengas miedo.—Te quiero —susurro.—Oh, Ana —solloza—. Yo también te quiero, mucho.Siento un extraño tirón en mi interior, algo que no se parece a nada que haya sentido antes. Christian mira ala pantalla y se queda blanco, pero la observa fascinado.—¿Qué está ocurriendo?—¡Succión! Bien…De repente se oye un grito penetrante y enfadado.—Ha tenido un niño, señora Grey. Hacedle el Apgar.—Apgar nueve.—¿Puedo verlo? —pido.Christian desaparece un segundo y vuelve a aparecer con mi hijo envuelto en una tela azul. Tiene la cararosa y cubierta de una sustancia blanca y de sangre. Mi bebé. Mi Bip… Theodore Raymond Grey.Cuando miro a Christian, él tiene los ojos llenos de lágrimas.—Su hijo, señora Grey —me susurra con la voz ahogada y ronca.—Nuestro hijo —digo sin aliento—. Es precioso.

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