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tercer libro Cincuenta sombras liberadas

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—El Saab tiene un dispositivo de seguimiento. Todos nuestros coches lo tienen. Cuando llegamos albanco, ya estabas en camino y te seguimos. ¿Por qué sonríes?—No sé cómo, pero sabía que me seguiríais.—¿Y eso es divertido porque…? —me pregunta.—Jack me dijo que me deshiciera del móvil. Así que le pedí el teléfono a Whelan y ese es el que tiraron.Yo metí el mío en las bolsas para que pudieras seguir tu dinero.Christian suspira.—Nuestro dinero, Ana —dice en voz baja—. Come.Rebaño el cuenco con lo que queda del pan y me lo meto en la boca. Es la primera vez que me sientosatisfecha en mucho tiempo (a pesar del tema de conversación).—Me lo he terminado todo.—Buena chica.Se oye un golpecito en la puerta y entra la enfermera Nora otra vez con una vasito de papel. Christianaparta la bandeja y vuelve a meterlo todo en la caja.—Un analgésico. —La enfermera Nora sonríe y me enseña una pastilla blanca que hay en el vasito depapel.—¿Puedo tomarlo? Ya sabe… por el bebé.—Sí, señora Grey, es paracetamol. No afectará al bebé.Asiento agradecida. Me late la cabeza. Me trago la pastilla con un sorbo de agua.—Debería descansar, señora Grey. —La enfermera Nora mira significativamente a Christian.Él asiente.¡No!—¿Te vas? —exclamo y siento pánico. No te vayas… ¡acabamos de empezar a hablar!Christian ríe entre dientes.—Si piensa que tengo intención de perderla de vista, señora Grey, está muy equivocada.Nora resopla y se acerca para recolocarme las almohadas de modo que pueda tumbarme.—Buenas noches, señora Grey —me dice, y con una última mirada de censura a Christian, se va.Él levanta una ceja a la vez que ella cierra la puerta.—Creo que no le caigo bien a la enfermera Nora.Está de pie junto a la cama con aspecto cansado. A pesar de que quiero que se quede, sé que deberíaconvencerle para que se fuera a casa.—Tú también necesitas descansar, Christian. Vete a casa. Pareces agotado.—No te voy a dejar. Dormiré en el sillón.Le miro con el ceño fruncido y después me giro para quedar de lado.—Duerme conmigo.Frunce el ceño.—No, no puedo.—¿Por qué no?—No quiero hacerte daño.

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